6/20/2023

El impacto en la cultura occidental de la enmarañada y terrible senda de la divinización de Jesús


Por Neshamot Deot

Se sabe que en las fiebres teológicas de los primeros siglos del cristianismo las heterodoxias, las herejías, las sectas y toda una serie de variopintas enseñanzas pulularon junto al presunto monoteísmo dogmático de la iglesia que se arrojaban la ortodoxia y al politeísmo ancestral, diverso y descomunal, que poblaba los territorios del que fuera el gran Imperio Romano.

Hacia el siglo IV, un obispo que se propuso expurgar la falsedad dentro de la comunidad cristiana, mencionó un total de 156 creencias y herejías cristianas; tal fue la variedad de credos que se necesitó de todo un nuevo argot para categorizar y describir a los descarriados y cismáticos: arcónticos, barbelognosticos, cerintios, encratitas, donatistas, menandrianos, nazarenos, ofitas, ebionitas, decimocuartos, estratióticos, valentinianos. Estos eran algunos de los nombres que aparecían en tan enriquecida lista y que serían recordados como ejemplos execrables de las muchas sectas que llegaron a ser totalmente condenadas y perseguidas luego que se estableciera como dogma definitivo la divinidad de Jesús, ese mismo dogma que millones de personas creen y sin cuestionamiento alguno admiten, olvidando que más allá de conservar la herencia de  una fe ancestral es en realidad una perversa formulación teológica excluyente que atrapa la conciencia y la encierra en una luminosa jaula de aislamiento espiritual que ha sido el móvil íntimo de toda una civilización.

Así pues, no hay que olvidar que la divinidad de Jesús ha costado sangre de miles y miles de personas que negaron y que contradijeron lo afirmado por sus seguidores, aquellos que han reclamado como única verdad su igualdad con Dios, como si tal cosa fuese posible. Y esa presunta igualdad, tan extraña al antiguo monoteísmo judío y aun tan cuestionable para los cientos de religiones no formalizadas que se agruparon en el paganismo, es una de las afirmaciones religiosas, es decir un dogma, que más daño a causado a la humanidad entera.

No en vano por ninguna otra divinización se ha discutido tanto. Los romanos pre-cristianos no debatían la deificación de  sus emperadores, los hindúes habían hecho divinos a cuanto elemento encontraban y a cuanto sadú elevaban al lado de los devas, en una tranquilidad que a duras penas se veía oscurecida por unas escaramuzas locales promovidas por seguidores que terminaban fusionándolas con otros dioses; los celtas, escandinavos y todos aquellos grupos asociados por el frio hiperbóreo, saludaban a sus héroes caídos como los nuevos luminosos que desde su respectivo paraíso de guerra alcanzaban su apoteosis en un conflicto divino. Pero nada de brutales y masivas imposiciones.

Jesús no, Jesús el “unigénito” tenía que ser dios por la espada, y por una espada que él no manipulaba porque su reino no era de este mundo, sino que la manipulaban sus adeptos, su rebaño de lobos, sus dedos carnales que operaban su fantasmal voluntad, los mismos que con el idioma psico-guerrero de su evangelio, blandían la espada confusa de una doctrina que se alzó a fuerza de negar las otras visiones e imaginarios propios que también habían considerado a Jesús de muchas otras formas y que decían fundarse en sus ambiguos discurso, ciertos o atribuidos.  

 

Confuso mensaje que sigue aprovechando para gastar tinta y para hacer que personas tan inteligentes como yo se dediquen a escribir sobre estos asuntos que hace siglos deberíamos haber superado, pero que se deben tratar porque el mal engendrado debe ser menguado así sea por medio del ejercicio de escriba electrónico. Confuso, como decía, porque desde sus propios textos doctrineros Jesús mismo crea la confusión con respecto a su naturaleza divina y su relación con Dios -en mayúscula-, al que identificaba como Padre en una calidad especial y excluyente del resto de la humanidad, como si los demás fuéramos seres materiales menores que, por un pérfido acto de fe, en este caso es la aceptación de una afirmación insostenible e incongruente, que nos permitirá –supuestamente-, por medio de una extraña adopción, ser hijos de Dios con una minúscula bien merecida por ser pecadores merecedores del más hondo de los avernos del que se supone el colgado nos rescató.  

Jesús lo único que hizo y ha hecho es causar confusión. Si su enseñanza y su vida fueron realmente ejemplos de claridad, ¿por qué entonces tantos albergan tantas dudas sobre ellas? ¿Por qué se escriben tantos libros para satisfacer la idea de que existió como ser histórico?  Entre todos aquellos que fueron arrastrados por sus doctrinas debatieron por siglos con sangre y maldición sobre su naturaleza, unas veces más humana y otra veces más divina, gestando doctrinas y acusándose mutuamente de herejía, intentando entender lo que no hay que entender, haciendo malabares de dudosa dialéctica, sirviéndose con espantoso fervor del preciado legado de los filósofos griegos más ilustres, y en últimas desarrollando un complejo psico-cultural que penetraría por siglos en el alma de millones de seres que se vieron subyugados a ignorar todo su potencial, a desconocer la totalidad de su ser. ¡Que grandes habrían sido los grandes de la historia que aparecieron luego de sus enseñanzas si tiempo atrás se hubiera abandonado semejante pequeñez!

Así pues, sí Jesús fue claro sobre sí mismo, ¿por qué -pero por qué- existieron doctrinas como el docetismo, que aseguraba que la humanidad de Cristo fue una mera apariencia y no una realidad? ¿O el ebionismo, en el que Cristo no fue engendrado por el Padre Celestial sino por un José muy carnal y sólo fue Cristo o “Mesías” hasta el bautizo? ¿O el adopcionismo dónde Cristo es un simple hombre, adoptado por Dios como portador de una gracia divina?  o las decenas de variantes de la gnosis cristiana, en el que Jesús no es Dios sino un "eón" (un poder dentro de muchos) en medio de los demás que ha venido para dar el conocimiento al hombre engañado por sus sentidos? ¿O el arrianismo, en el que Jesús es hijo de Dios pero no consubstancial al Padre sino una suerte de dios menor? ¿O el apolinarismo, que niega al alma humana de Cristo, creyendo que esa alma humana sería como la nuestra, pecaminosa? ¿O el nestorianismo, que sostenía dos personas en Cristo, una divina y otra humana, sin unión alguna? ¿O el monofisismo, que sostenía una sola naturaleza en Cristo, la divina? ¿O – y última, porque toca detenerse- el monotelismo, que sostenía una sola voluntad en Cristo, la divina? Y la nueva pregunta que me queda es: ¿Cómo ese matorral de ideas en chisguete tiene el descaro de presentarse como monoteísmo? No me hagan reír.  La Segunda Persona ha sufrido un ataque de esquizofrenia severa, cuando no de personalidad múltiple, y lo peor, nos han querido heredar ese legado.

¿Por qué tantas versiones de Jesus-Cristo? ¿Por qué no una sola si se supone que él es uno como se dice que lo es con su Padre? Porque sencilla y llanamente Jesús-Cristos es el ejemplo cultural más enfermizo de un arte antiguo que se ha renovado hasta la indecencia gracias a los ordenadores: el copy and paste. Así es, este personaje de presunta historicidad es el resultado de una gran cantidad de ideas, figuras, imágenes, dioses, reyes, mitos, fábulas que el clero que lo promueve congregó y mezcló en un cuerpo imaginario que habría de habitar la mente de todos aquellos a los que se le impusiera su figura.

 

Y aún más para poder que esa figura fuera creíble la ubicaron en un lugar del Imperio, un lugar propenso a riñas y polémicas contra el poder establecido; así pues, tomaron la vida de un reo envalentonado con ínfulas proféticas que fue condenado bajo las leyes de un pueblo que desconocían y que creían superar gracias a unas enseñanzas de aspecto pío y sabio. Y así, como los juguetes actuales, lo exhibían en varias presentaciones: pescando, en la playa, sanando, obrando milagros, predicando, en la cruz, resucitando, cenando, a la diestra de dios padre, en el corazón de todos, como juez universal. Y luego para gusto de todo el orbe conocido lo exhibieron como taumaturgo, profeta, rey trágico, sanador, intérprete, carpintero y una larga serie de actividades que ni Cantinflas ni Condorito han tenido en sus diversas ediciones.

Esta imagen no nació, desde luego, de la noche a la mañana, sus componentes fueron tomados y seleccionados del amplio mundo del mediterráneo y aún más allá, es decir de todos los ámbitos, geografías, tiempos y lugares donde los pasos jurídicos y soldadescos del Imperio Romano impusieron su paz: la paz del desierto, la desolación y la tiranía. Dioniso, Orfeo, Ahis, Osiris, Mitra y varios pasajes de los misterios de Eleusis se refundieron y sirvieron para formar la imagen, vida y obra de Jesús-Crito el Nazareno, el olvidado brujito al que se lo edulcoro con versiones amañadas de pasajes del Tanaj, la “Biblia” Hebrea, a fin de darle un trasfondo profético mucho más antiguo que validara sus tortuosas enseñanzas. De este modo el Jesús resultante fue politeísmo enfrascado en un cuerpo y vendido luego con ínfulas de un monoteísmo poco convincente. Es un senado romano de deidades queriendo fundirse para ser un Augusto Cósmico que por más que se intentó no alcanzó sino para hacerlo segundo del Dios hebreo. 

Antes de Nicea muchos cristianos aceptaban su divinidad, pero muchos otros la rechazaban y otros tantos la relativizaban o la reinterpretaban, pero los cristianos de línea “ortodoxa” bien podían alegar en contra de todos aquellos grupos que condenaban por herejes que ellos no estaban estableciendo, a gusto y voluntad, la idea de que Jesús era “el Hijo de Dios” como equivalente a aseverar que fuese Dios. Los mismos evangelios canónicos, algunos de ellos escritos casi 200 años antes de Nicea, hacen unas 40 menciones a Jesús como Hijo de Dios en el sentido de la ortodoxia, o uno muy parecido al de consubstancialidad, sin percatarse que un dios que se precie de ser el verdadero no debería tener padre. Dios es Dios porque sencillamente no le debe nada a nadie ni necesita de nada ya que es Autosuficiente. 

Así en los evangelios vemos a Tomás diciendo al ver a Jesús resucitado  (Juan 20:28): “Mi Señor y mi Dios”; O en Romanos 9:5, Pablo asegura: “de ellos [los judíos] son los patriarcas, y de la carne ha surgido el Cristo, que es Dios, y está por encima de todo"; o en  Tito 2:13: "… esperamos que se manifieste la gloria del gran Dios y salvador nuestro Jesucristo"; o en 2 Pedro 1:1: “Simón Pedro, sirviente y apóstol de Jesucristo, a aquellos que por la justicia de nuestro Dios y salvador Jesucristo han recibido una fe tan preciosa como la nuestra”. Pero preciosa es una galaxia y no este galimatías insustancial. ¡Pero que iba a saber de galaxias ese pobre seguidor de un loco! Como sea, estos textos del Nuevo Testamento son doctrinalmente confirmados por algunos de los llamados Padres de la Iglesia, los que escribieron mucho antes del Concilio de Nicea. Así en la  Carta a los efesios de San Ignacio de Antioquía, (c. 35-c.107): “Pues nuestro Dios, Jesucristo, fue según el designio de Dios, concebido en el vientre de María, de la estirpe de David, pero por el Espíritu Santo". ¿Quién puede entender eso de que Dios fue designado por Dios? Claro un confundido que quiere confundir. Y aún más, ¿quién que se precie de ser Dios es designado? Pero claro, dirán que es el Padre al Hijo, ¿Y que Dios que se respete tiene Padre, como ya escribí? Dislates de inconformes politeístas que no comprendieron lo que abandonaron y pretendían entender un monoteísmo para el que no se habían educado.

Pero hay otras mohosas perlas: en Diálogo con Trifón, Justino Mártir, (c.100-c.165 d.e), escribe: “Si hubieses entendido lo escrito por los profetas, no habrías negado que Él [Jesús] era Dios, Hijo del único, inengendrado, insuperable Dios”; ¿Insuperable Dios? ¿Entonces por qué tiene Padre quien se supone lo designa? Además, precisamente porque se entendió a los profetas fue que lo rechazaron. Por su parte Ireneo de Lyon (c. 130 -200 d.e) en el tercer libro de Contra los herejes, afirma de Jesús: "Él  es el santo Señor, el Maravilloso, el Consejero, el Hermoso en apariencia, y el Poderoso Dios, viniendo sobre las nubes como juez de todos los hombres”. Clemente de Alejandría (190 d.e) ya diría, en Exhortación a los griegos, agregando el condimento de su humanidad: "Sólo Él [Jesús] es tanto Dios como hombre, y la fuente de todas nuestras cosas buenas". Un poco más desquiciado En el alma 41: 3, Tertuliano (c. 210 d.e) comenta: “Sólo Dios está sin pecado. El único hombre sin pecado es Cristo, porque Cristo también es Dios". Don Tertuliano no hay humano que no peque, y peca muchas veces no por que quiera, sino por inadvertencia, y peca, aún más, porque tiene cuerpo –y cuerpo físico- que es contingente y está sometido a un sinfín de limitaciones, ergo si tenía cuerpo no podía ser Dios y si era Dios no tenía cuerpo, pero si no tenía cuerpo no podía redimirnos y no era hombre… y en fin mejor no le sigo la corriente a la ignorancia. Después, Orígenes (c.185-c.254 d.e.), en Las doctrinas fundamentales 1:0:4, no ve problema en esto: "Aunque [el Hijo] era Dios, tomó carne; y habiendo sido hecho hombre, permaneció como era: Dios" ¿Entonces la carne es Dios? ¿Pero qué carne? La sagrada carne que se comen en la misa y luego acusan a judíos y barbaros de ser vampiros y hombres lobo.

Así pues, aunque muchos historiadores mal informados no lo digan o lo ignoren, antes de Nicea ya se había definido muy bien lo que en Nicea se impuso como verdad absoluta de todo el cristianismo. En Nicea lo que se debatió fue las enseñanzas de Arrio, un sacerdote alejandrino al que se le consideró herético porque enseñaba que Jesús no era Dios, sino un dios menor. Doctrina que resucitó de los muertos el masón Charles Taze Russell, el fundador de los Testigos de Jehová. ¿Y acaso no tenía razón Arrio? Pues a veces me parece que sí porque el mismo Jesús llama bueno solo a Dios y se reconoce como menor que el Padre en los mismos evangelios que sus oponentes citaban para afirmar lo contrario. ¿Pero qué clase de prueba constituyen estos textos escritos en un griego chapucero que calca mal algunas palabristas hebreas y arameas como para no quedar mal? En fin, hasta dónde se sabe de unos 250 obispos que asistieron al Concilio de Nicea sólo dos votaron a favor de la postura de Arrio, mientras que los demás confirmaron lo que hoy se recita en el Credo, que el Hijo de Dios, el homoousios -que no es un insulto a su sexualidad- es de la misma naturaleza o substancia que el Padre y con ello fueron edificando el enredo triádico que existen en el mayor dogma del cristianismo.

Tenemos tres versiones de lo que supuestamente fue o es jesús-cristo: la de los diversos grupos cristianos heréticos que no concordaban entre sí, la de la revisión histórica que afirma que todo en torno a Jesús es la conjunción de diversos mitos y la de la ortodoxia que afirma que su título hijo de Dios lo hace igual a Dios. De todas ellas la última fue la que triunfó como la versión autorizada, y esa es la que más pesa en el cuerpo colectivo de sus seguidores, si bien muchos a lo largo y ancho de su historia han pretendido revivir o recordar las otras versiones.

 

Pero todas estas versiones solo están hechas, pensadas y diseñadas para esconder un hecho más penoso, un hecho concluyente que identifica en verdad el cuerpo que las teorías y las patrañas con aires teológicos que han escondido bajo el nombre de Jesús. ¿Y quién es Jesús? Esta es la conclusión a la que he llegado: Es un personaje inventado por el Imperio Romano basado en un reo que fue castigado en Judea en tiempos de Pesaj (Pascua) noventa años antes del nacimiento del Jesús que se conoce en los evangelios. Éste fue un hereje que consiguió algunos discípulos y traicionó a los sabios hebreos; se le conoció como Ieshu ben Pantera, ya que su padre fue un soldado romano que adulteró con una mujer llamada Miriam; se destacó por no terminar sus estudios ya que fue expulsado de las academias y en cambio aprendió, mientras estuvo en Egipto, magia y brujería con los cuales hizo trucos que hizo pasar por milagros y le sirvieron para engañar al pueblo logrando hacer varios discípulos que también fueron ejecutados. ¿De dónde sacó esa información? Del Talmud, esa gran biblioteca inconexa de saber que ya se imaginaran por qué razón fue perseguido, quemado y destruido, además de fraguado y calumniado durante los siglos que la Iglesia que alzó a Jesús como dios y juez del mundo dictaba que era bueno y que era malo.

Así pues de esa historia los romanos se basaron para ir elaborando su mito; mito al que le fueron asociando temas, dogmas y misterios de religiones del periodo y con ello hicieron su versión de Jesús, el Cristo. No en vano, por eso creo que el Papa León X -se supone- dijo: “Quantum nobis notrisqüe qüe ea de Christo fábula profuérit, satis est ómnibus séculis notum” (Desde tiempos inmemoriales es sabido cuán provechosa nos ha resultado esta fábula de Jesucristo). Lo mismo se puede decir que hicieron con Satanás, una figura creada para crear miedo en las almas y que es el resultado, una vez más, del copy and paste del imperio aplicado a las deidades maléficas del mediterráneo.

Luego de todo esto, y ya que Jesús no cumplía su promesa de regreso (el añorado regreso), sus seguidores -en medio de la añoranza, el desespero y las burlas de los politeístas y el desprestigio ante los judíos- ahora convertidos en déspotas que ostentaban el poder gracias al delirio visionario del Emperador Constantino, sabían que tenían que volver a traer a Jesús de algún modo y la mejor forma era hacerlo rey en el centro conocido de su mundo: Roma. Así Roma se fue evangelizando, a la fuerza y con una que otra aceptación crédula.  Por eso y mucho más el vocablo griego kyrios, que fue el topos nominal de combate del siglo I, II, y III, se empleó a diestra y siniestra para tergiversar (en virtud a su polivalencia) y hacer equivalente una cantidad de apelativos judaicos que expresaban cómo se percibía a la Divinidad por parte de los seres humanos. Porque sepámoslo de una vez, el Nuevo Testamento en particular y la variada y fraguada literatura cristiana en general, pusieron a circular entre los gentiles, en especial los helénizados y los romanos (de nacimiento y por ciudadanía), un vocabulario hebraico que no comprendieron ni unos ni otros, y mucho menos los propios redactores de los libros sagrados del cristianismo que sin saberlo emplearon paradigmas ajenos para elaborar libros sagrados con una sintaxis desprovista del indisociable elemento cultural judío que la componía. De ahí el gran malentendido que hasta el día de hoy nos acompaña.

Pero para ese entonces, para la época a la que me refiero, esos años que precedieron al Concilio de Nicea el dilema estaba en ¿quién podía acaparar el sentido de los nombres divinos de las Escrituras? ¿César o Cristo? La solución cristiana fue hacer de los dos uno y así cristianizaron a Roma y romanizaron las Escrituras hebreas, más aun, y motivados por la decepción, a sabiendas que su amado maestro -para ese entonces un dios menor en medio de muchos dioses- no les cumplió llevando su reino a Jerusalén, sus discípulos en un acto político y de consecuencias históricas fatales hicieron para su Iglesia un reino en Roma, como antesala de lo que aún todavía esperan.

La peor patada que el cristianismo –y en especial la Iglesia católica-  ha pegado en los estómagos espirituales de sus seguidores se puede aún evidenciar en la tensión que mantiene y manipula la a través de la malsana dialéctica de la semejanza y la imitación. Un cristiano, un buen cristiano debe siempre, y ese es la exigencia, imitar a Cristo, pero jamás debe pensar que se puede volver semejante. Esto último debería ser el régimen natural de esta doctrina, mas no es así: se busca mantener bien a raya y bien diferenciado ese límite. ¿Hasta dónde debe llegar la devoción de un feligrés para que se acerque y sea un mono de Cristo?  ¿Hasta dónde debe llegar para que no quiera ser como él, o sea él, e intente usurpar su puesto a la diestra de su dios padre? Sin embargo también la naturaleza de esa historia ha surgido en los rostros de aquellos que siendo consecuentes con su espíritu se laceran como nuevos cristos. Sin lugar a dudas, como casi todos los problemas de esa iglesia, ha sido un asunto de poder. Esta iglesia permite que se llegue a Cristo hasta el punto en que se mantenga la diferencia en la que el fiel es y seguirá siendo un hijo entro otros hijos, un siervo (malo) entre muchos siervos (malos), mientras su Cristo seguirá siendo el Hijo, el Primogénito. Desprecian pues la semejanza, le tienen terror porque en ella el creyente absorbe la dunamis que Cristo prometió en el madero (y que el evangelio apócrifo de Pedro recuerda en el grito desgarrador de una hipóstasis vencida y maniatada por los oscuros poderes de este mundo cuando muere en un madero a las afueras de Jerusalén, diciendo “Poder mío, poder mío, ¿Por qué me has abandonado?”) y podría proclamarse como un nuevo Hijo de Dios, o acaso él mismo. Saben que el poder de la semejanza puede traer, en el fervor, la idea de una nueva religión que nacería de una secta, de un movimiento heterodoxo, como rama desgajada de su propio árbol. Con miedo el cristianismo reconoce su humilde y traicionero pasado y quieren evitar que se repita el fallido intento que quiso alguna vez darle a su antecesor, el judaísmo: esa visión perpetua y jovial de lo divino que no puede tener miedo de buscar la semejanza con todo aquello que se proclama celestial.  Pero no han podido del todo de vez en cuando, y como salidos del infierno que tanto temen, emergen falsos cristos que les recuerdan el origen escatológico de su fe.

Todo lo anterior lo escribo como un mero preámbulo de un trabajo que vengo redactando paso a paso, haciéndole antropología a la teología y en el que pretendo sostener -desde luego no sin pruebas- que la civilización occidental es el resultado de episodios convulsivos y de encuentros y desencuentros entre distintas culturas, iniciando por la judía, la griega y la romana. Esa situación se refleja muy bien en los inconvenientes intelectuales y espirituales que se dieron entre estas culturas al intentar interpretar y comprender un texto mal traducido: El Tanaj, un libro –y más que un libro- que se convirtió por obra y gracia de una serie de escritos sectarios conocidos como Nuevo Testamento, en un Antiguo Testamento; Textos Sagrados que de enseñanza y épica nacional de un solo pueblo, pasó a ser una ley abrogada y una epopeya mal entendida por un grupo de gente que no podía entender nada porque todo en su textualidad era propio de una cultura que desconocían y cuyos valores éticos –que lo impregnan- ignoraban por completo. Y a un más, porque esas mismas gentes, ahora erigidas como un clero que pretendía desplazar a Israel, impusieron, a la fuerza algunos de los elementos propios de las Escrituras hebreas como reglas de vida y de fe a pueblos que ya tenían lo suyo, que ya tenían sus propias costumbres e historia y que fueron en gran medida borradas por la sobre escritura de una serie de traducciones de dicho texto sagrado que no se basaron en sus originales hebreo-arameo sino en versiones griegas y latinas que ya contenían fuertes errores de traducción que se originaban en prejuicios hacia la cultura que lo produjo y con prejuicios hacia la cultura que traducían, haciendo que dichas traducciones influyeran, contribuyeron -y aún más- operaran y forjaran otros actos culturales muy concretos que se desarrollarían en la vida social de los diversos pueblos de Occidente y de todos aquellos que éste dominaría, formando prácticas, creencias y sobre todo un destino, que en la mayoría de los casos, no se había escogido.

Por todo esto es necesario –y no por ello importante- internarse en entender cómo y cuándo se formó a Jesús para demostrar cómo ese personaje es el ejemplo máximo de la confusión y la mala asociación de idearios sociales, y lo peor, de cómo en la vida y enseñanzas que le atribuyeron se configura el esquema y el estereotipo del individuo occidental que es transformado, para su propio mal personal y colectivo, al agregarle capas y capas de tradiciones y pensamientos ajenos con el fin de borrar al humano y hacer inolvidable al mito: un mito que en realidad subyuga el alma mientras asegura que la libera. 

3 comentarios:

  1. Excelentes comentarios sobre Jesus mamzer....pero tambien debemos orientar a nuestros amigos sobre la idolatria que representa este personaje aca en America latina, donde se observan execrables movimientos idolátricos orientados hacia las personas menos favorecidos...que se convierten en caldo cultivo para una infinidad de religiones paganas, que confunden hasta la cimiente los gloriosos mandamientos de la Torah...Saludos a todos.

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  2. Genial. Me gustó mucho este artículo. Espero el libro !! Shabat Shalom ✡️

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