BS"D
#236
Ieshiva Ateret Ierushalaim
Bajo la dirección del
Rabino Shlomo Aviner
La singularidad de Majón Meir
Son muchos los que desean influir para bien sobre nuestro pueblo, para que alcance su arrepentimiento sincero, y sin lugar a dudas con buenas intenciones. Pero Majón Meir es un centro de estudio adaptado para “acerca a la Torá” (Avot 1).
No fue escrito “ama a las criaturas para acercarlas a la Torá” – porque ese no es un amor auténtico, es un amor orientado a alcanzar alguna meta, y también el prójimo así lo siente. Sino que de momento que se ama un amor auténtico, un amor sin condiciones, y a consecuencia de esa valoración una valoración auténtica, cada uno según el lugar donde se encuentra, entonces también se irradia bendición y se acerca a la Torá. Ese es el camino de Majón Meir, y los resultados hablan de por sí mismos: Cientos, miles y decenas de miles de personas que fueron merecedoras de gozar de su resplandor.
Es una gran mitzva fortalecer toda ieshivá (centro de estudio de la Torá). “Es un árbol de vida para los que la apoyan”. La Torá entrega vida, no sólo al que la estudia, sino que también al que apoya a los que la estudian, porque de esa forma están vinculados con la Torá, aman la Torá.
Es una gran mitzva fortalecer toda ieshivá (centro de estudio de la Torá). “Es un árbol de vida para los que la apoyan”. La Torá entrega vida, no sólo al que la estudia, sino que también al que apoya a los que la estudian, porque de esa forma están vinculados con la Torá, aman la Torá.
Es una gran mitzva apoyar todas las ieshivot. Por supuesto, no somos tan ricos, y por ello nuestros sabios determinaron: “Los necesitados de tu ciudad anteceden”. Antes que nada, dona a la ieshivá donde has estudiado, la ieshivá de la que recibiste tu espíritu, tu Torá, tu sabiduría, tu valentía y vigor.
Es decir, dona las ieshivot que beben del manantial del Rav Kuk. Porque si tú no les donarás, ¿quién les donará? Sobre todo, dona a Majón Meir, ¡porque Majón Meir hay uno solo!
Las ieshivot cuyo espíritu emana del Rav Kuk hay muchas, gracias a D’s, que se multipliquen como las estrellas del cielo, en todo lugar, en la ciudad y en el campo, en el monte y en el desierto. ¡Pero Majón Meir hay uno solo!
Debemos difundir la Torá en toda la nación, debemos enseñar a todo alumno sediento de la Palabra de D’s, ya sea que está colmado de Torá o que está vacío de ella, ya sea sagaz o lento de entendimiento, ya sea que cumple la Torá y las mitzvot o que todavía tiene impedimentos en el cumplimiento pleno de la Torá y sus mitzvot.
Pero el estudio de la Torá es el segundo piso. El primer piso son las buenas virtudes, como nos enseñó y nos repitió una y otra vez nuestro Rav, el Rav Tzví Iehudá Kuk. El peligro asecha al que entra en una hoguera de la Torá que hace olvidar el buen corazón, las buenas virtudes, los buenos modales que anteceden a la Torá. Un fuego que le haga olvidar el ser “persona”.
Gracias a D’s, en Majón Meir la Torá es edificada sobre los cimientos de las buenas virtudes, sobre la base del amor por todas las criaturas, sobre la base de Shmirat HaLashón (el cuidado de las palabras). Ese resplandor que ilumina desde Majón Meir no es un resplandor que quema, sino que alumbra y calienta. Y durante decenas de años crecieron a esa luz miles de discípulos diseminados en todo el país, parte de ellos grandes talmidei jajamim (eruditos del estudio de la Torá), parte de ellos pequeños talmidei jajamim, y parte de ellos judíos temerosos de D’s que cuidan de la Torá y de sus mitzvot. ¡Pero todos ellos con buenas virtudes!
Y todo eso gracias a Majón Meir y su director, mi amigo el Gaón (genio del estudio de la Torá), el Rav Dov Bigún shlit”a, que fue mi maestro y mi primer Rav de entre los discípulos de nuestro Rav, el Rav Tzvi Iehudá Kuk.
Yo siempre cuento lo que ocurrió una vez, cuando me liberé del ejército después de la Guerra de los Seis Días y llegue a la gran ieshivá, la ieshivá Merkaz HaRav, y justo llegué a la hora del almuerzo. Me senté – siendo muy joven – al lado de la pequeña mesa de cuatro personas, y observé con admiración a los tres alumnos mayores que estaban sentados conmigo.
Uno de ellos comenzó a contar algo, y su amigo le dijo con amabilidad: “No quiero escuchar”. Pero él continuó. Le dijo su amigo con dulzura: “No quiero escuchar Lashón HaRrá (calumnias)”. Pero su amigo lo presionó para que continúe escuchando. Le contestó su amigo, con una dulce y amplia sonrisa en su rostro: “Tú no me obligarás a escuchar Lashón HaRrá”.
Ese alumno que no quería escuchar Lashón HaRrá era el Rav Dov Bigún. Y para mí, esa fue mi primera clase en la ieshivá Merkaz HaRav.
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