Quisiera traer en recuerdo el “amor cristiano” que ha tenido esta religión hacia nuestra nación desde la Edad Media hasta el Holocausto, así como mi intención es que los judíos que han cometido el error de convertirse al “judaísmo” mesiánico, inconcientemente desconocen esta parte de la historia, así como los misioneros cristianos (disfrazados de “judíos” mesiánicos) tienen una encomiendo peor que la de los inquisidores medievales o la de los nazis pues ellos destruían el cuerpo judía, pero el misionerismo actual destruyen el ‘alma judía’ lo cual los pone en un grado peor que aquellos antiguos enemigos de nuestra nación.
En julio de 1555, sin haber cumplido siquiera dos meses como papa, Gian Pietro Carafa, alias Pablo IV, promulgó su bula Cum nimis absurdum, que empieza:
“Porque es absurdo e inconveniente en grado máximo que los judíos, que por su propia culpa han sido condenados por dios a la esclavitud eterna (Cum nimis absurdum et in-con-veniens existat ut iudaei, quos propna culpa perpetuae servituti submisit), con la excusa de que los protege el amor cristiano puedan ser tolerados hasta el punto de que vivan entre nosotros y nos muestren tal ingratitud que ultrajan nuestra misericordia pretendiendo el dominio en vez de la sumisión, y porque hemos sabido que en Roma y otros lugares sometidos a nuestra Sacra Iglesia Romana su insolencia ha llegado a tanto que se atreven no sólo a vivir entre nosotros sino en la proximidad de las iglesias y sin que nada los distinga en sus ropas y que alquilen y compren y posean inmuebles en las calles principales y tomen sirvientes cristianos y cometan otros numerosos delitos para vergüenza y desprecio del nombre cristiano, nos hemos visto obligados a tomar las siguientes provisiones..."y siguen las provisiones que son obvias dado el preámbulo: confinar a los judíos en guetos que sólo podían tener una sinagoga; obligarlos a venderles todas sus propiedades a los cristianos, a precios irrisorios (ac bona immobilia, qua ad praesens possident, infra tempus eis per ipsos magistratus prae-signandum, christianis vendere); prohibirles la casi totalidad de los oficios y profesiones empezando por la medicina (et qui ex eis medici fuerint, etiam vocati et rogati, ad curam christianorum accedere aut illi interesse nequeant); prohibirles tener servidumbre cristiana y que las mujeres cristianas les dieran el pecho a los recién nacidos judíos (nutrices quoque seu ancillas aut alias utriusque sexus servientes christianos habere, vel eorum infantes per mulieres christianas lactari aut nutriri facere); prohibirles jugar, comer, conversar y tener toda familiaridad con los cristianos (seu cum ipsis christianis ludere aut comedere velfamiliaritatem seu conversationem habere nullatenus praesumant); prohibirles tener negocios fuera del gueto; y obligarlos a llevar distintivos especiales en la ropa”.
Cuando en julio de 1941 el régimen títere de Vichy al servicio de los nazis decretó la expropiación en Francia de todas las empresas y propiedades en manos de judíos y algunos prelados católicos protestaron, el presidente del gobierno, Laval, comentó con sarcasmo que después de todo "las medidas antisemitas no constituían nada nuevo para la Iglesia pues los papas habían sido los primeros en obligar a los judíos a llevar un gorro amarillo como distintivo". Varios obispos franceses colaboracionistas y anti judíos se deslindaron de inmediato de esos prelados patriotas y en un apurado telegrama declararon su fidelidad al régimen.
La de Carafa es un buen compendio del medio centenar de bulas que a lo largo de quinientos años promulgaron sus antecesores y sucesores para regular el trato que se le debía dar a "la pérfida raza judía", entre las que se destacan por su infamia las siguientes:
a) Honorio III, Ad nostram noveritis audientiam: obligaba a los judíos a llevar un distintivo y les prohibía desempeñar puestos públicos;
b) Gregorio IX, Sufficere debuerat perfidioe judoerum perfidia: les prohibía tener servidumbre cristiana;
c) Inocencio IV, Impia judeorum perfidia.
d) Clemente VIII, Cum Haebraeorum malitia: ordenaban quemar el Talmud;
e) Eugenio IV Dudum, 'Id nostram audientiam.
f) Calixto III, Si ad reprimendas, en este se prohibían vivir con cristianos y ejercer puestos públicos;
g) Pío V, Cum nos nuper: se les prohibía tener propiedades.
h) Pío V, Hebraeorum gens: se les expulsaba de todos los estados pontificios excepto Roma y Ancona;
i) Clemente VIII, Cum saepe accidere,
j) Inocencio XIII, Ex injuncto nobis
k) Benedicto XIII, Alias emanarunt: se les prohibían vender mercancías nuevas (pero no ropa vieja, strazzaria).
l) Benedicto XIV, Beatus Andreas: que canonizaba al niño mártir Andreas Oxner, del pueblo de Rinn, Innsbruck, "asesinado cruelmente en 1462 antes de cumplir los tres años por los judíos, que odian la fe cristiana", según dice la bula.
Con esta canonización, que se le sumaba a la del niño Simón de Trento por Sixto V, Benedicto XIV convertía a Andreas de Rinn en el nuevo símbolo de los niños cristianos asesinados, según los "libelos de sangre", por los mismos asesinos de Cristo durante sus sacrificios rituales en Norwich, en Blois, en Lincoln, en Munich, en Berna con las consiguientes masacres de judíos en todas esas ciudades.
Y sin embargo una investigación encargada por el mismo Benedicto XIV al relator del Santo Oficio Lorenzo Gananelli (el futuro Clemente XIV) había determinado que salvo los casos de Andreas de Rinn y Simón de Trento, que se daban por verdaderos, las demás acusaciones de los libelos de sangre no tenían fundamento. Por el crimen del niño Simón durante la Semana Santa de 1475 numerosos judíos de Trento fueron acusados de matarlo, sacarle la sangre y celebrar con ella Pesaj (la pascua judía):
“los torturaron y quemaron a quince”.
En 1965, a raíz del Concilio Vaticano II, se volvió a investigar el caso de Simón de Trento, se reabrieron las actas del proceso de su canonización que resultó ser un fraude, se suprimió su culto, se desmanteló el santuario que se le había erigido desde el siglo XV, lo sacaron del calendario y se prohibió su devoción para lo futuro. La veneración popular a Andreas de Rinn duró hasta 1985 cuando el arzobispo de Innsbruck monseñor Reinhold Stecher dispuso el traslado del cuerpo del niño de la capilla en que se encontraba desde el siglo XVII al cementerio. En 1994, el mismo prelado abolió oficialmente su culto, si bien su tumba siguió siendo objeto de peregrinaje.
Y a las bulas hay que sumarles las decisiones de los concilios: concilios generales como el Cuarto Laterano convocado por Inocencio III en 1215 (¿en qué delito no habrá participado este engendro?), o locales como el de Vannes de 465, el de Agde de 506, el de Viena de517, el de Clermond de 535, el de Macon de 581, el de París de 615, etcétera, etcétera, para atropellar en todas las formas posibles a los "asesinos de Cristo".
En Auschwitz, donde los cristianos nazis asesinaron a novecientos sesenta mil judíos, el teólogo Ratzinger pregunta: "¿Por qué permitiste esto, Señor?" La respuesta es obvia:
"Por lo que les han hecho tus correligionarios y predecesores a los judíos durante mil setecientos años".
Y aquí te va una lista de los obispos nazis de tu tierra por si te suena alguno en medio de un repique de campanas:
a) el obispo castrense Rarkowski, el clérigo militar alemán de más alto rango, que ensalzaba a Hitler como "nuestro Führer, custodio y acrecentador del Reich".
b) El obispo Werthmann, vicario general del anterior y su suplente en el ejército.
c) El arzobispo Jager de Paderhorn que fue capellán de división del Führer.
d) El cardenal Wendel que fue el primer obispo castrense.
e) El obispo Berning de Osnabruck que le mandó un ejemplar de su obra Iglesia católica y etnia nacional alemana a Hitler "como signo de mi veneración" y a quien Goering nombró miembro del Consejo de Estado de Prusia.
f) El obispo Buchberger de Regensburg que en la hoja episcopal de su diócesis escribía que "el Führer y el gobierno han hecho todo cuanto es compatible con la justicia, el derecho y el honor de nuestro pueblo para preservar la paz de nuestra nación".
g) El obispo Ehrenfried de Wirzburgo que decía: "Los soldados cumplen con su deber para con el Führer y la patria con el máximo espíritu de sacrificio, entregando por completo sus personas según mandan las Sagradas Escrituras".
h) El obispo Kaller de Ermland que en una carta pastoral exhortaba así a sus fieles:
"Con la ayuda de Dios pondréis vuestro máximo empeño por el Führer y el pueblo y cumpliréis hasta el final con vuestro deber en defensa de nuestra querida patria".
i) El obispo Machens de Hildesheim que los arengaba diciéndoles:
"¡Cumplid con vuestro deber frente al Führer, el pueblo, la patria! Cumplidlo, si es necesario, exponiendo vuestras propias vidas",
Y le rogaba a Dios que les "enviara su ángel" (¿cuál de todos?) a las tropas nazis.
j) El obispo Kumpfmüller de Ausgburgo que ante el atropello hitleriano contra Europa declaraba que:
"El cristiano permanece fiel a la bandera que ha jurado obedecer pase lo que pase".
k) El obispo Wienkens que representaba al episcopado alemán ante el Ministerio de Propaganda nazi.
l) El obispo Preysing de Berlín que firmaba las cartas conjuntas de sus cofrades aprobando a Hitler.
m) El obispo Frings (luego cardenal de Colonia) que como presidente de la Conferencia Episcopal Alemana exigía dar hasta la última gota de sangre por el Führer.
n) El obispo Hudal que le dedicó su libro Nacionalsocialismo e Iglesia a Hitler como "al Sigfrido de la esperanza y la grandeza alemanas", y que tras la derrota de los nazis ayudó a fugarse al Brasil a F. Sangel, acusado de cuatrocientos mil asesinatos en el campo de concentración de Treblinka, consiguiéndole dinero y documentos falsos.
o) El arzobispo de Freiburg Grober, patrocinador de las SS, que abogaba por el necesario "espacio vital" para Alemania; que aportaba dinero de su arquidiócesis para la guerra; y que escribió diecisiete cartas pastorales para ser leídas desde los púlpitos, exhortando a la abnegación y al arrojo.
p) El arzobispo Kolb de Bamberg que predicaba que: "cuando combaten ejércitos de soldados debe haber un ejército de sacerdotes que los secunden rezando en la retaguardia".
q) El cardenal y conde von Galen, el "león de Münster", que saludó a la
Wehrmacht como "protectora y símbolo del honor y el derecho alemanes" y que escribía en la Gaceta eclesiástica de su región:
"Son ellos, los ingleses, los que nos han declarado la guerra. Y después nuestro Führer les ha ofrecido la paz, incluso dos veces, pero ellos la han rechazado desdeñosamente".
r) El cardenal Bertram de Beslau, presidente de la conferencia episcopal, que "por encargo de los obispos de Alemania" le enviaba este telegrama a Hitler:
"El hecho grandioso del afianzamiento de la paz entre los pueblos sirve de motivo al obispado alemán para expresar su felicitación y gratitud del modo más respetuoso y ordenar que el próximo domingo se proceda a un solemne repique de campanas".
s) El cardenal Schulte de Colonia que escribía en una carta pastoral:
"¿No debemos acaso ayudar a todos nuestros valientes en el campo de batalla con nuestra fiel oración co-tidiana?"
t) El cardenal Faulhaber, "el león de Munich", que en 1933 llamaba a Pío XI el mejor amigo de los nazis, que en 1934 le prohibía a la Conferencia Mundial Judía que mencionara siquiera su nombre a propósito de una supuesta defensa suya de los judíos, una "afirmación delirante"; que fue obispo castrense antes de ponerse al frente del episcopado bávaro; y que mandaba rezar por Hitler y le hacía repicar las campanas: tras el fallido atentado contra éste ofreció una misa solemne en acción de gracias en la iglesia de Nuestra Señora de Munich y junto con todos los obispos de Bavaria le mandó una carta felicitándolo por haberse salvado. Discípulo aventajado de Roma que se acuesta con el que gane, este "león de Munich" fue antinazi antes de 1933, nazi ditirámbico entre 1933 y 1945, y antinazi indignado después de 1945. Que fue ni más ni menos el comportamiento del episcopado austríaco cuando el Anschlus: el cardenal Innitzer, el arzobispo Waitz y los obispos Hefter, Pawlikowski, Gfóllner y Memelauer se pasaron en bloque a Hitler y firmaron una proclama aprobando la anexión de su país al Reich alemán y exhortando a sus fieles a apoyar el régimen nazi. Y cuando Hitler entró a Austria lo recibieron con repique de campanas y cruces gamadas colgando de las iglesias vienesas.
Desde el Código de Justiniano a los judíos de Roma se les consideró una raza inferior de la que había que sospechar y se les excluyó de toda función pública. La bula del papa Carafa instituyó formalmente el gueto. A los cinco mil judíos de Roma les asignaron entonces una zona palúdica a la orilla del Tíber, un espacio de unos cuantos centenares de metros que inundaba el río, y allí los hacinaron. Las siete sinagogas de la ciudad las destruyeron, y destruyeron las dieciocho de Campania.
Otros guetos siguieron de inmediato al de Roma en Venecia y en Bolonia. En Ancona quemaron vivos a veinticuatro. Poco después, avanzando por el camino señalado por Carafa, Pío V simple y llanamente expulsó a todos los judíos de los Estados Pontificios dejando tan sólo a los de Roma y Ancona. De joven, en París, este dominico rabioso había denunciado a Ignacio de Loyola como hereje. ¡El más grande criado papal de todos los tiempos un hereje! Luego presidió la Inquisición de Roma con especial severidad. Ya de papa canonizó a su compinche de orden Tomás de Aquino (a él a su vez lo habría de canonizar Clemente XI), y nombró cardenal y secretario de estado a otro dominico, su sobrino nieto Michele Bonelli. Buen lacayo de la Iglesia Católica , expulsó a todas las de Roma. Quería convertir a esta ciudad burdelera en un convento. Promulgó una bula que abolía las corridas de toros en toda la cristiandad ¡menos en España!
Cuando coronaban a los papas en la Edad Media como soberanos religiosos y civiles de Roma, los judíos de la ciudad les mandaban una delegación para rendirles homenaje, a lo que ellos, con altivez, contestaban:
Legum probo, sed improbo gentium:
"Apruebo la ley pero no la raza".
Luego se hizo costumbre que los rabinos de Roma les ofrecieran ese día una lujosa copia de un Sefer Torah y entonces contestaban:
Confirmamus sed non consentimus:
"Ratificamos pero no consentimos".
Estas respuestas distantes resumen la actitud de los papas ante sus más despreciados súbditos, cuya religión y raza rechazaban. Wojtyla, el pavo real protagónico, no se privó de ir a la sinagoga del gueto de Roma a que lo fotografiaran abrazando al Gran Rabino Elio Toaff.
Antes de él Juan XXIII había suprimido el adjetivo "pérfido" usado en la liturgia de Semana Santa para designar a los judíos, y eso era lo más a que habían llegado. No bien murió Juan XXIII su sucesor Pablo VI volvió al viejo cuento de los pérfidos judíos que no habían querido reconocer en Yesh”u fuera un “mesías” al que llevaban siglos esperando y que lo habían “calumniado y matado” -según dicen ellos-.
Antes de sentarse en el codiciado trono y chantarse la tiara, Angelo Giuseppe Roncalli, alias Juan XXIII, fue arzobispo de Areopolis, visitador apostólico, delegado apostólico en Bulgaria, Turquía y Grecia, nuncio en Francia, cardenal de Santa Prisca y patriarca de Venecia, a las órdenes de los dos papas alcahuetas del nazismo, Pío XI y Pío XII.
El calificativo apropiado para Roncalli no es "santo" sino "cómplice". Ya de papa iba a visitar a los presos de Regina Coeli, a los enfermos de los hospitales, a los niños de los orfelinatos, a los viejos de los ancianatos... A ver, ¿cuántos niños abandonados recogió? ¡Más recogió Wojtyla! De Albino Luciani, alias Juan Pablo I, se dice que era tan bueno que se negó a que lo coronaran con la tiara. ¡Claro, porque su antecesor Pablo VI ya se la había vendido tras su coronación al cardenal Francis Spellman de Nueva York!
A la imputación de que los judíos mataban niños cristianos para sacarles la sangre le sumaron la de que clavaban la hostia, el cuerpo transubstanciado de Yesh”u, a quien volvían a crucificar una y otra vez. Y así, bendecida cuando no azuzada por curas, obispos y papas, la horda del Colgado se entregó con esta nueva calumnia a nuevas masacres de sus tradicionales víctimas:
a) en 1298 en Nuremberg mataron a seiscientos veintiocho judíos;
b) en 1337 quemaron a los judíos de Daggendorf;
c) en 1370 masacraron a los judíos de Bruselas y se siguieron con todos los de Bélgica;
d) en 1453 en Breslau quemaron a cuarentiuno judíos;
e) en 1492 en Mecklenburg quemaron a veintisiete judíos;
f) en 1510 en Berlín a treinta y ocho judíos.
Ejemplos éstos de un centenar de masacres que con el pretexto de la hostia clavada se prolongaron hasta la de Nancy en 1761. Todavía no hace mucho en la catedral de Bruselas se exhibían dieciocho cuadros de judíos clavando hostias que sangraban. Y cuando en 1350 la peste negra devastaba a Europa, las turbas cristianas de Suiza y Alemania encontraron un motivo más para quemar, estrangular y ahogar a los judíos por millares acusándolos de haberla causado y de envenenar los pozos. Hitler no surgió en la Historia por generación espontánea como surgen los gusanos de la carne en descomposición según el Doctor Angélico.
Excelente aporte de la historia, no quedan dudas sobre el asunto.
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