Los Perushim y su revolución.
Por el Profesor Yosef Gedaliah Klaussner Z”L
y
Tras la conquista de Alejandro Magno, en 333 antes de la Era Vulgar, nació la escritura hebraica cuadrada o asiría (ketav ashurí), que sigue en vigor. Las dos escrituras, paleo-hebraica y hebraica, la antigua, la de los cohanim, simbolizaba la independencia de la nación y perpetuaba su historia: la nueva era la de los perushim (explicadores o “fariseos), que ocupaban una posición importante en la vida social y política del pueblo judío. Pero, hasta entonces, sólo los sofrim (escribas) y los cohanim aprendían a leer y escribir. La Torah se enseñaba de otro modo: los cohanim se la leían al pueblo, el padre de familia repetía a sus hijos lo que había aprendido de memoria. Se inició un nuevo período cuando se recomendó el estudio de la Torah para el pueblo en su conjunto. La alfabetización predicada por los perushim fue una autentica revolución: en poco tiempo, el pueblo judío adopto una nueva forma de estudio.[1] Los perushim, que promueven la Torah, que exaltan la tradición rabínica y el Talmud como texto revelado al igual que el Tana”j.[2]
Los siglos de trabajo de los sofrim o “escribas" y de los persuhim (fariseos) que los sucedieron no fueron inútiles. En Palestina se creó gradualmente un sector educado, que comprendía no sólo a las familias sacerdotales y de la clase superior, sino también a los individuos comunes. Eran muchos los que sabían leer y escribir, especialmente desde la época de Shimeón ben Shetaj; éste (y no Yehoshúa ben Gamala) fue quien sentó las bases del sistema escolar hebreo.[3]
Flavio Josefo, contemporáneo de Yehoshúa ben Gamala, menciona como generalmente conocido el hecho de que la Torah establecía el deber de enseñar a los niños a leer y escribir (grammata), las leyes (nomouz) y los hechos de sus antepasados:
"cuyos caminos habrán de seguir y, habiendo sido educados en las leyes, se acostumbrarán a observarlas y no tendrán la excusa de no conocerlas".
Contra Apion, 2, 25.
Según él, Mosheh Rabeinu ya había ordenado que:
"primero les enseñarán a los niños todas las leyes, el conocimiento más decente y la fuente de la felicidad".
Reiteradamente Josefo subraya que:
“la mayor parte de nosotros somos cuidadosos de la educación de los niños (paidotrofia);[4] si se nos pregunta algo concerniente a las leyes, podemos responder más fácilmente que si se nos preguntara nuestro nombre. Habiéndolas aprendido directamente con nuestra percepción más temprana, ellas se graban en nuestro espíritu.”[5]
Estas palabras, aunque algo exageradas, indican la amplitud alcanzada por el sistema educativo durante la época del Beit Shení (Segundo Templo), unos cincuenta años antes de que escribiera Josefo. También Filón, contemporáneo de esta época, testimonia que los judíos enseñaban las leyes "desde la primera juventud".[6]
Este resultado sólo pudo lograrse por el sistema escolar; los padres, según la Torah, estaban obligados por el precepto: "enseña diligentemente a tu niño", pero hacia el final del período del Segundo Templo, cuando la antigua y simple vida patriarcal se hizo más complicada y dura, tenían demasiadas ocupaciones como para poder cumplirlo.
Además de la escuela elemental (bet ha-sefer- בית הספר), estaba la escuela avanzada (bet ha-Midrash—המדרש בית). Esta última, cuyo fin era la explicación de la Torah a alumnos especialmente seleccionados (talmide jajamim-תלמידי־חכמים) existía seguramente en la época de los "escribas" previa al período macabeo; a partir del período macabeo, y especialmente desde Hillel y Shamai, asumió un estilo más popular. En ella se leía la Torah; cuando el pueblo dejó de hablar hebreo, se la tradujo al arameo. Como regla, la explicaban (דורשים) a la gente común en los días sábado, y probablemente también en los días de mercado,[7] de modo que los aldeanos (es decir, la mayor parte del pueblo) pudieran adquirir nociones de la Ley cuando iban a la ciudad.
A pesar de esto, sin embargo, la mayoría de los campesinos eran am ha’arretz (ignorantes de la Torah- עמ הארץ), como también lo eran los numerosos prosélitos, voluntarios e involuntarios, que abrazaron el judaísmo en la época
de Yojanan Hircanus, Yehudah Aristóbulo y Alejandro Janay. Pero en las poblaciones grandes y pequeñas, y especialmente en Jerusalén, entre los artesanos, mercaderes, sacerdotes y funcionarios, había muchos individuos instruidos en la Torah. Los "sabios", חכמים eran pocos, pero había numerosos "discípulos de los sabios" (תלמידי־חכמים)[8]
Sería, sin embargo, un error suponer que la enseñanza de la época se limitaba a la Torah. En Israel había también enseñanza secular. Las obras poéticas y narrativas conservadas en lengua extranjera en los Libros apócrifos y Seudoepígrafes, de una maravillosa variedad y belleza, provienen en su mayor parte de un período un poco anterior y algo posterior a la época del Beit Shení. Y el arte judío de ese tiempo (especialmente la arquitectura, los mausoleos y la cerámica) era de una notable belleza y grandiosidad y presentaba un considerable carácter nacional.[9]
La importancia de tales estudios no puede compararse con la de los dedicados a la Torah. Pero la "religión judía" abarca una gama amplia: comprende toda "sabiduría de vida", todo conocimiento que satisface las necesidades de la nación; no aísla la religión de la enseñanza y de la vida.
En su esencia, no es tanto una religión como una visión nacional del mundo, de base religiosa. Incluye filosofía, jurisprudencia, ciencia y normas para el comportamiento decente, tanto como las cuestiones de creencia y prácticas ceremoniales que constituyen lo que generalmente se considera una religión.
La prueba crucial del grado de civilización de una nación, en cualquier época, es la situación de sus mujeres. En Israel, desde el período macabeo, esa situación era altamente tolerable. La Ketubá-כתובה, texto del contrato matrimonial, es ciertamente anterior al tiempo de Shimeón ben Shetaj, desde que contratos similares aparecen en documentos árameos de Elefantina de la época de Ezra;[10] no están redactados en hebreo, como habría sido propio durante el renacimiento macabeo.
Los perushim ó fariseos. Eran el partido popular,' representante de la clase media de las ciudades y hasta cierto punto también de las aldeas (aunque la mayor parte de los aldeanos eran amé ha-arets); constituían el nacionalismo ilustrado, cuya educación consistía en el estudio e interpretación de la Torah nacional, y entre ellos se contaban los numerosos "discípulos de los sabios", cuyo objeto era desarrollar y ampliar la Torah nacional y adaptarla a las necesidades de la vida cotidiana. Los fariseos encarnaron la democracia nacional en la época macabea y en la de Jesús, hecho frecuentemente seña-lado por Josefo.[11]
Este resume como sigue los preceptos fundamentales de los fariseos:
Contrariamente a los esenios, los perushim sostenían que no todo estaba predestinado: aunque la divina providencia gobierna todas las cosas, el hombre tiene libertad de elección, en lo cual también puede verse un decreto divino. Esta es la opinión que el R. Akiba, el heredero de los fariseos, asentó posteriormente en su apotegma: "Todo está previsto, pero el derecho
(de elección) es permitido."[12]
Los perushim desarrollaron y preservaron la tradición de los Padres, y con ella como base, le dieron a la nación reglas que no se encuentran en la Torah de Mosheh. Seguían las más estrictas interpretaciones de la Torah, pero adoptaron criterios más indulgentes en lo referente a los castigos.
Eran notables también por su alto nivel ético y por su alejamiento de los placeres de la vida; por tal razón, Josefo los asimila a los estoicos griegos.[13]
Creían en la supervivencia del alma, en las recompensas y castigos post mortem, en la transmigración a otros cuerpos de las almas de los justos, y en la perpetua tortura (en la Gehinom) de las almas de los perversos.
Esto es todo lo que nos dice Josefo (fariseo él mismo) sobre las creencias de los perushim; pocas como lo son, estas palabras contienen todas las opiniones de los perushim que encontramos en el Sha”s (Mishnah) y en las más antiguas
baraitot del Talmud. Los tanaim y amoraím, y los judíos en general:
“no son más que generaciones sucesivas de discípulos de los fariseos, quienes perpetuaron la obra de los "escribas", y sentaron las bases del Talmud y de la literatura judía posterior.”[14]
Mucho de lo que Josefo y el Talmud nos dicen de los fariseos, lo encontramos también en el Nuevo Testamento. Pero los Evangelios constituyen asimismo un severo ataque a este partido. Yesh”u los agrupa con los escribas, y los condena por predicar el bien pero no practicarlo, por jactarse de cumplir los mandamientos, por aumentar sus filacterias y vestir largas borlas, por buscar los lugares de honor, los puestos principales en la mesa y en las sinagogas; por el gusto con que se escuchaban llamar "Rabí".
Los acusó asimismo de hipócritas, de diezmar la menta, el anís y el comino, y de purificar la copa y la fuente, mientras asolaban la casa de la viuda y no cumplían los más importantes mandamientos de la Ley: justicia, compasión y fe. Los describió como "ciegos conductores de ciegos", como hombres que "filtran el mosquito y dejan pasar el camello", como "sepulcros blanqueados", limpios por fuera, pero llenos de podredumbre e impureza por dentro. Aunque engalanaban las tumbas de los profetas muertos, apedrearían a profetas semejantes vivos.[15]
No vale la pena negar estos cargos y afirmar, como la mayor parte de los eruditos judíos de tendencia apologética, que son meras invenciones.
Uno de los principales pasajes de Josefo dice de los perushim que:
"ellos se enorgullecen de la observancia escrupulosa de la religión de los Padres, y piensan para sí que Dios los ama más que a otros".[16]
Pero no debemos olvidar que estas acusaciones pueden hacerse a las mejores y más honestas sectas de todo el mundo. Nunca han existido todavía partidos y doctrinas o sistemas que, con el correr del tiempo, no se deterioren y sean corrompidos por ciertos adherentes que no conocen móviles más altos que el honor, el poder y el lucro.
En todo sistema, a medida que pasa el tiempo, lo secundario comienza a ser visto como lo primario, y a la recíproca; la idea más excelsa arrastra discípulos que la distorsionan y transforman, suscitándose así la indignación de los mejores. La disputa no afecta el sistema ni la doctrina, sino a los adherentes que dañan grandemente el sistema con el que se solidarizan. Esto ocurrió con la Torah de Mosheh en la época de Yirmiyah”u.
Lo mismo sucedió seguramente con las enseñanzas de los perushim. La
Mishnáh y las baraitot dicen muchas cosas duras sobre los diversos tipos de
perushim hipócritas o extremistas.
"Un jasid estúpido, un bribón astuto, una mujer santurrona, y la plaga de los fariseos", en opinión de los tanaim (ellos mismos herederos de los perushim), son los seres que "destruyen el mundo".
Mishná Sota, III, 4; véase también J. Peáh, VIII, 8.
Cuando uno de los discípulos del R. Yehudah ha-Nasí fue víctima de un estafador, el Rabí, desconsoladamente, dijo:
"En lo que respecta a este hombre, lo aflige la plaga farisaica."[17]
Además, en una antigua baraita, tan antigua que se han perdido las interpretaciones de la mayor parte de sus calificativos, el Talmud enumera siete tipos de perushim, de los cuales sólo dos (tal vez sólo uno) merecen la opinión favorable de los tanaím:
"Hay siete clases de perushim: el parush shijmi (jorobado), el parush kizzai (teneduría de libros), el parush nikpi (golpeador o prestatario), el parush medojia (semejante a la peste), el parush "haré lo que es mi obligación', el parush por temor, y el parush por amor.”[18]
Es difícil descubrir el sentido exacto de términos populares antiguos como shijmi, nikpi, kizzai y medojia, desde que ya existe una marcada diferencia entre las interpretaciones que a su respecto hacen el Talmud
Bavli y el Talmud Yerushalmi. Pero es obvio que se referían a fariseos extremistas y ascéticos que llevaban sus prácticas piadosas a excesos deformantes.
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