Por Rafael R.
Acerca de este hombre se sabe lo que generalmente se ha enseñado, esto es; que Constantino fue además de Emperador, el primer Emperador cristiano que trajo el fin de las persecuciones contra los cristianos y por su conversión, finalmente la paz en todo el Imperio bajo su mando. De la pax romana impuesta por la espada, se pasó a la pax cristiana ofrecida mediante la cruz (en realidad, impuesta con la cruz).
¿Pero qué ocurrió para que Constantino pasará de ejercer la persecución a fomentar la tolerancia y el desarrollo de la religión perseguida?
En el siglo II un nuevo culto de origen babilonio pero importado de Egipto, comenzó a ganar adeptos entre las diferentes religiones paganas del Imperio, la adoración al dios sol, que los egipcios conocían como "Ra", su empuje fue tan grande que el cristianismo se vió enseguida infectado por esta idolatría que penetró a instancias de paganos mal convertidos e ignorantes de la verdadera historia que se contaba acerca de un mumar (judío convertido a otra religión) llamado Yeshú HaNotzrí.
Los responsables gentiles de la iglesia cristiana y gentil, conocidos como "padres" de la Iglesia, primero se enfrentaron duramente con todos aquellos que pretendían introducir ese culto idolátrico dentro del cristianismo y que finalmente introdujeron, y después con aquellos cristianos que adoraban al sol haciendo una comparación perniciosa entre Yeshú y su ídolo solar.
Constantino fue uno de sus más fervientes adoradores, hasta el punto de seguir siéndolo aún después de su hipotética conversión al cristianismo, no en vano el cargo de emperador era compartido con el de sumo pontífice del culto al dios sol. El mismo instó a los filósofos cristianos a que encontraran (y consintieran en su caso), las similitudes teológicas entre Yeshú y el sol. El ya había encontrado sus particulares similitudes.
A la muerte de Galerio toda una serie de complicados sucesos condujeron a la reunificación del poder imperial en manos de uno sólo: Constantino.
En rigor, con Galerio, el Imperio estuvo al borde de la desmembración, este peligro acosó de manera obsesiva a Constantino a quien la idea de un Imperio roto le persiguió hasta su muerte, de ahí que todos sus esfuerzos tanto en lo político como en lo religioso fueran encaminados a mantener la cohesión del Imperio aún a costa de lo que fuera.
Los diversos cultos paganos que se profesaban en Roma junto a las sempiternas intrigas políticas, facilitaron la posibilidad de la división del imperio en pequeñas asociaciones nacionales independientes, de hecho; a la muerte de Julio César el Imperio dejó de ser la gloriosa república, y desde entonces muchos romanos desearon sin éxito que volviera a establecerse.
El primer adversario que Constantino venció fue Majencio, el Augusto de Roma.
Rápidamente Constantino se puso en movimiento contra él desde la Galia. Después de algunas escaramuzas, se celebró la batalla final cerca de la ciudad de Roma, a las puertas de la ciudad en el puente Milvio. Ahora, según cuenta la tradición, un día en el que Constantino se encontraba invocando la protección divina del dios sol a quien veneraba, vio la imagen de la cruz dentro del disco solar. Más tarde tuvo un sueño en el que veía de nuevo la cruz dentro del sol y unas frases escritas que decían así: "In hoc signo vinces", con ésta señal vencerás.
Impresionado por la visión mandó inscribir inmediatamente en los escudos el monograma del sol y de Yeshú, que luego se convertiría en el signo del cristianismo.
Observemos algunas peculiaridades del signo a parte de su significado idiomático: primero, es una cruz dentro de unas aspas que representan a los rayos del sol, segundo, es una cruz porque su forma con el círculo en la parte superior recuerda a la pagana cruz de Atón Ra, el servidor del sol.
La batalla contra Majencio tuvo lugar el 28 de Octubre del 312, está batalla señaló el triunfo de Constantino.
En el año 313, se firmó el Edicto de Milán por el que en el Imperio la libertad de religión se reconocía oficialmente, aunque Constantino tuvo que vencer al feroz Maximino quien todavía continuaba persiguiendo cristianos en la parte Oriental del Imperio sin hacer caso del Edicto del Emperador.
No obstante hasta el 324 no quedó reunificado el Imperio, cuando venció a su último enemigo, el general Licinio, en ese momento, Oriente y Occidente quedaban al fin bajo el poder de Constantino.
Tenemos hasta ahora a un hombre que era fiel adorador del dios sol, que era emperador y que era en consecuencia a su cargo, sumo pontífice de la religión del sol.
Además de esto, encontramos que tuvo una hipotética visión (que nadie más vió excepto él), en la que vincula a Yeshú con el propio sol, con lo cual si la cruz de los cristianos y el sol de los paganos se habían yuxtapuesto eso era una prueba clara de que Yeshú era el dios sol y por lo tanto era dios, y que en definitiva el sol a quien él adoraba, y el Yeshú de los cristianos eran la misma cosa, la misma religión.
Al conocer un poco más de aquella religión tan perseguida por sus antecesores, se hizo rodear de toda clase de doctos dirigentes cristianos, filósofos en su mayoría y con una larga historia de paganismo a sus espaldas.
De acuerdo a la opinión de Eusebio de Cesárea en su "Vida de Constantino", éste no tardo en darse cuenta de que aquellos individuos vivían únicamente para sus vientres, pues dejó perfectamente claro que eran individuos ociosos que gustaban de malgastar su tiempo, especialmente en discusiones estúpidas y sin sentido.
El ambiente que se respiraba en todo el Imperio en cuanto a la doctrina acerca de la constitución de la persona de Yeshú, era un ambiante prácticamente arriano, así es absurdo sostener que las iglesias cristianas estaban enfrentadas en cuanto a esta doctrina sobre su divinidad.
Los paganos no tardaron en hacer comparaciones y en ver similitudes entre Yeshú y el sol, de ahí a adorar a Yeshú como si fuera el sol y por lo tanto dios, solo hubo un paso, pero está influencia no vino de parte de las escrituras sino desde el interior del palacio de Constantino, es decir; del sumo pontífice y de sus sacerdotes cristianos.
Por una sencilla razón, los cristianos supieron encontrar motivos para ver en Constantino a un libertador de la talla de Moisés, surgió en la historia como un Mesías, y no tardaron en creer que Dios mismo lo había enviado para defender a su iglesia, ¿por qué?, por las profecías mesiánicas.
Yeshú había dicho que su reino sería establecido sobre la tierra, y que la iglesia (según ellos) sería establecida como poder y como pueblo en substitución del pueblo judío que Dios había rechazado por su deicidio, los cristianos gentiles creyeron que Constantino era realmente la personificación del Mesías. El error de Constantino fue creerselo.
A partir de aquí con un Constantino creyendo ser Yeshú reencarnado, creyendo que el sol y Yeshú eran el mismo dios, y en definitiva que si él era Yeshú, también era el sol, Constantino se consideró así mismo dios, y se puso en funcionamiento la maquinaria de la religión cristiana.
En realidad la autoconsideración divina había sido la tónica general de todo emperador romano desde Tiberio. La innovación en Constantino la proporciona el Yeshú de los cristianos gentiles.
De entrada Constantino odiaba a los judíos por razones político/históricas, y el que Yeshú, según él, era dios, muriera en la tierra de los judíos, y según le habían informado, a manos de los judíos, le sirvió de catalizador para alentar y promover aún más ese odio, el cual hizo extensivo a la liturgia cristiana y a los cristianos en todo el imperio. Así impuso una religión absolutamente gentil con grandes connotaciones paganas, pues consintió ayudado por los obispos cristianos que las abominaciones idolátricas invadieran el cristianismo desde sus bases.
Para entender el porqué de una doctrina que presenta a Yeshú como si fuera D-s, igual en esencia, poder, y gloria, se tiene que conocer primeramente la figura que promovió semejante teología, y esa figura es la de Constantino el grande.
Notemos que al Espíritu Santo, no se le consideraba dios, y ni siquiera nadie se había planteado proponerlo hasta esa categoría, en realidad, la figura principal radicaba en Yeshú, y el Espíritu Santo era un ente secundario, y a Constantino le daba igual si Yeshú era o no era dios, lo que él ansiaba es que los cristianos lo vieran como una personificación de Yeshú, salvador de la iglesia, por ese motivo influyó para que considerando a Yeshú como dios, inmediatamente él mismo por comparación también sería un dios.
Constantino pues, tenía prisa en que el Yeshú de los cristianos fuera tenido como dios, ya que eso le daba en todo el imperio el poder necesario para mantener su cohesión como emperador divino.
Antes de ahondar en algunos de los hechos históricos más importantes, debemos de recordar que de acuerdo a Eusebio de Cesarea, (al que citaremos muy a menudo por escribir una biografía de Constantino) al emperador le causaba tedio y hastío la religión cristiana, pero reconoció el valor de una sola divinidad por encima de todo el panteón de dioses que lo único que habían fomentado era la discordia dentro del imperio al existir la competencia que en muchos casos venía respaldada por posiciones de poder y por el lucro económico.
Una religión con un solo Dios era más útil para sus planes que cientos de cultos con miles de dioses que a menudo se disputaban el mundo político. Si todo hubiera quedado ahí a Constantino posiblemente no se le conocería como el primer converso de autoridad absoluta, pero los adoradores del sol que como él eran fieles devotos del culto a este astro cósmico, se habían hecho cristianos pero mantenían la intención de imponer el culto al sol dentro del cristianismo, la visión del lábaro que tuvo Constantino, y el hecho de que él fuera pontífice de ese culto, inclinó la balanza en perjuicio de la fe cristiana original, los cristianos rompieron definitivamente con su raíz judía y empezó a nacer la nueva religión, la religión del sol.
(aún hoy sagrarios y otros útiles litúrgicos cristianos poseen la imagen del sol)
En el año 306, Constantino se casó con Fausta de quien se dice descendía de la dinastía divina de Hércules, de esa forma Constantino entraba a formar parte de las divinidades por lazos familiares.*1
En el año 310, Constancio padre de Constantino tuvo una visión dentro del templo de Apolo, en esa visión se le ofrecieron coronas que simbolizaban no solo el poder imperial, sino además la legitimación del sol invictus contra sus enemigos, el dios sol, curiosamente tenía los mismos rasgos físicos que Constantino. Este Constantino había ganado la batalla contra los dioses antiguos, (su boda con Fausta solo pretendía legitimación divina), pero se avecinaba un nuevo Dios desde Israel.*2 (la negrita es mía y es paráfrasis del original) *1 *2 Mynors, R.A.B. XII panegeryci latini, Claredon Press 1964.
Estas dos citas evidentemente no dan mucha información en cuanto a lo que quieren significar, sin embargo en la lectura del documento panegeryci latini, encontramos que Constantino luchó en el ámbito religioso para conseguir hacerse un hueco por donde conseguir la categoría divina, es decir; conseguir ser reconocido como un dios, que a fin de cuentas era lo que todo emperador era para el Imperio. Todos los emperadores romanos se presentaban así mismos como descendientes directos de los dioses, Diocleciano por ejemplo era descendiente de Júpiter, Maximiano de Hércules, y así sucesivamente, Constantino deseaba que fuera considerado descendiente de algún dios, de ahí la visión de su padre la cual le abrió las puertas del trono.
De esta forma del documento citado, sabemos que Constantino se movió por los cauces de lo habitual, entre intrigas palaciegas, oscuros pactos, suicidios consentidos etc., todo con tal de ser emperador y dios.
Por supuesto que los cristianos jamás verían en él a un dios, pero Constantino fue muy hábil al saber yuxtaponer su persona con la persona de Yeshú, puede que los cristianos no le vieran como a un dios, pero si conseguía que los cristianos creyeran que Yeshú era dios, y que él era una personificación de Yeshú al salvar a la iglesia, el resultado sería obvio.
Constantino ya había cambiado de dios protector de Hércules a Apolo, y al dios sol, ahora el Yeshú de los cristianos iba a ser su nueva divinidad protectora. No obstante necesitaba de una divinidad que fuera conocida por los romanos para que fueran aceptadas sus pretensiones con el Yeshú cristiano, esa divinidad era el sol invicto, unió a Yeshú al sol invicto y convenció a todos.
Es precisamente este hecho el que determina si Constantino se convirtió al cristianismo o no, de acuerdo a ciertos sectores, Constantino sin duda se convirtió, pero la historia no nos dice eso, Constantino decidió que debía de cambiar de protección divina, Apolo le servía en las Galias, pero su ambición le llevaba hasta Roma, lo que hizo Constantino no fue experimentar una conversión, pues nunca sufrió una crisis religiosa, él era perfectamente pagano, Constantino sólo cambió de protección divina, la cual nada tiene que ver con movimiento religioso alguno, sino con la política, en la Roma de aquel tiempo lo religioso se fundía con lo político pero no por cuestiones de credo sino por cuestiones de poder.
Constantino jamás expresó su temor a un infierno a causa de sus pecados, ni el deseo de un cielo si él admitía a Yeshú como su salvador, nunca sintió tal cosa como la salvación, por lo tanto Constantino no era un converso del cristianismo, sino un hábil político.
Veamos lo que su biógrafo dice al respecto:
Sin embargo, convencido de que necesitaba alguna ayuda más poderosa que la que podían prestarle sus fuerzas militares, debido a los encantamientos malvados y mágicos que con tanta diligencia practicaba el tirano, buscó la asistencia divina, juzgando que la posesión de armas y de una soldadesca numerosa revestía importancia secundaria, pero creyendo que el poder de la cooperación de la deidad era invencible e inamovible. Así pues, reflexionó sobre qué dios podía brindarle una protección y una asistencia seguras.
Mientras pensaba en ello se le ocurrió que, de los muchos emperadores que le habían precedido, los que habían depositado sus esperanzas en una multitud de dioses, dedicándoles sacrificios y ofrendas, primero habían sido engañados por predicciones halagadoras, así como por oráculos que les prometían toda la prosperidad, y luego habían acabado mal, sin que ninguno de sus dioses les avisara de la inminente ira del cielo; en cambio, el único que había seguido una línea de conducta totalmente distinta, que había condenado el error de los otros y había honrado al único Dios Supremo durante toda su vida había comprobado que este Dios era el salvador y protector de su imperio y el dador de todas las cosas buenas. Reflexionando sobre esto, y sopesando bien el hecho de que los que habían confiado en muchos dioses también habían encontrado la muerte de muchas formas diferentes, sin dejar familia ni descendencia, linaje, nombre o recuerdo entre los hombres, mientras que el Dios de su padre le había dado, de una parte. manifestaciones y muestras de su poder; y considerando además que los que ya se habían alzado en armas contra el tirano, marchando al campo de batalla bajo la protección de multitud de dioses, habían tenido un final deshonroso (pues uno de ellos se había retirado vergonzosamente sin descargar un solo golpe, mientras que el otro, hallando la muerte en medio de sus propias tropas, se había convertido en, por así decirlo, mero juguete de la muerte): repasando, digo, todas estas consideraciones, juzgó que era en verdad una locura participar en el ocioso culto a los que no eran dioses y, después de muchas pruebas convincentes, apartarse de La verdad; y, por consiguiente, opiné que le incumbía honrar solamente al Dios de su padre)6
Eusebio: De Vita Constantini I, 27.
Lo que hemos visto en estas líneas es una clara evidencia de que Constantino no se convirtió a nada, y mucho menos a la religión cristiana. Constantino únicamente cambió de dios protector por interés político.
En las cartas, oraciones, edictos, biografías etc., escritos o bien por Constantino o sobre Constantino reflejan una verdad absoluta, ¡Yeshú no es nada en la religión personal de Constantino!
Veamos que dice otra vez Eusebio de Cesárea acerca de esto:
Y por consiguiente, opinó que le incumbía honrar solo al Dios de su padre. (Idem)
Constantino optó por Dios, pero ignoró cualquier referencia a Yeshú. Porque Constancio su padre, no era cristiano.
Constantino no adoptó una decisión religiosa, sino una decisión relativa a la religión, esto es; apoyo divino en su lucha por conseguir ser el único gobernante del Imperio.
Constantino necesitaba como pagano que era una visión que ratificara el cambio de religión, tal visión la tuvo con la imagen del sol y la cruz, al igual que a su padre Constancio; quien se le apareció aquel día a Constantino era Apolo, ¿puede un dios falso predicar una fe verdadera?. Puede que Constantino viera realmente algo aquél día, pero desde luego no fue al D-s de Israel.
CODEX THEODOSIANUS
De entre todas las fuentes históricas que se pueden revisar no hay ninguna más fiable que el Código Teodosiano. En el 429, el emperador Teodosio escogió a un grupo de doctos para que efectuara una compilación de los edictos imperiales, empezando por Constantino. En el 468 se publicó el Codex Theodosianus que contenía dieciséis volúmenes fielmente escritos hasta en las notas añadidas, lo curioso de este código es que en los primeros quince libros sólo aparecen tres edictos de Constantino dedicados a la religión, la mayoría de sus edictos religiosos aparecen en el último libro, la diferencia entre Vita de Constantini de Eusebio de Cesárea y el Codex, estriba en el hecho de que la primera aborda a un Constantino desde el punto de vista de la religión, mientras que el códex lo hace desde la perspectiva política de esa religión, el estudio del códex nos desvela que la religión no ocupaba ni un minuto de la vida de Constantino, no era importante para él, la política de Constantino no viene determinada por el cristianismo, sino que el cristianismo estaba determinado por las decisiones imperiales, la religión formaba parte de su estrategia.
Ni en Vita de Constantini, de Eusebio, ni en el codex Theodosianus, vemos ni un solo ejemplo por el que podamos admitir que Constantino adquirió compromiso alguno con la religión cristiana, sus sucesores sin embargo elaboraron leyes marcadamente cristianas.
Uno de los ejemplos que podemos ver de los libros 1 al 15, nos demuestra que todo lo relativo a la legislación del dies solis invictus, se hizo partiendo de principios políticos y no religiosos.
Si la comparamos con la interpretación de Eusebio de Cesarea en Vita de Constantini IV, 18 veremos que este impone una visión cristiana a esa decisión imperial sobre el domingo, pero si la comparamos con el codex de Teodosio, nos daremos cuenta del peso político de esa decisión de cambiar el Shabat por el domingo cristiano.
Otro motivo más para determinar que Constantino nunca se convirtió al cristianismo y evidentemente que jamás fue cristiano.
Para cambiar el Shabat ordenado por el Eterno, por el domingo pagano utilizó fórmulas paganas para ratificar e imponer ese día como día de adoración.
Otros textos como las Constitutiones Sirmondianae, anteriores al codex Theodosianus, no nos hablan y tampoco nos presentan a Constantino como un emperador cristiano, entendiendolo como devoto del cristianismo, sino como un pagano hábil y astuto estratega.
Incluso sus propios soldados se presentaban así de acuerdo al codex Theodosianus:
¡Constantino Augusto! ¡Que los dioses te sean propicios y te guarden para nosotros! (7,20,22).
Una cosa está clara, sus soldados no veían en él una amenaza para las antiguas tradiciones, pues aún las leyes por él establecidas mantenían esas tradiciones paganas, incluyendo las leyes relativas a los castigos, no hubo atenuación del poder imperial, y el reino del terror fue una continuidad a la de sus antecesores, no había pues en él nada del espíritu supuestamente cristiano que se le atribuye en algunos sectores de esta religión.
Constantino como Mesías
Remoto Christo
Es posible describir la religión de Constantino sin hacer referencia a Yeshú, la idea de que Constantino no era cristiano es real. Recordemos el método que Anselmo, abad de Bec, emplea en su obra apologética. Poco después de ser nombrado arzobispo de Canterbury, en 1093, Anselmo dio a conocer una obra titulada Cur Deus homo? sobre la doctrina de la redención. En el prefacio habla de sus dos partes. En la primera trata los argumentos de los incrédulos que afirman que la fe cristiana es contraria a la razón. Pero lo hace partiendo de premisas comunes que todas las personas racionales podrían aceptar, «dejando de lado a Yeshú, como si jamás se hubiera sabido nada de él». En la segunda parte, basándose en las mismas premisas, «como si nada se supiera de Cristo», demuestra la necesidad de que D-s se haga hombre. Anselmo empieza, remoto Christo, a partir de cuestiones de hecho y de observación, y prosigue hasta sacar conclusiones que demuestran (al menos a su propia satisfacción) la verdad de la fe cristiana. ¿No podría afirmarse que también Eusebio arguye, remoto Christo, que los que han observado los hechos y acontecimientos de que habla se verán arrastrados ineludiblemente hacia la conclusión de que señalan la verdad del cristianismo? ¿Explican a esto la falta de referencias a Yeshú, convirtiendo una observación negativa en una virtud apologética positiva?
Brevemente, la respuesta es que no. Aunque Anselmo empieza sin hacer referencia a Yeshú, al final su propio argumento le obliga a incluir a Yeshú en las conclusiones. hay un hueco con forma de Yeshú al final del argumento, un hueco que pide a gritos que lo llenen. Su imagen verbal es incompleta, o cambiando la metáfora, falta una pieza cruciforme del rompecabezas. Anselmo no necesita ponerla en su lugar; hasta sus oyentes incrédulos se ven empujados a reconocerlo a su pesar. Pero esta no es la situación con que nos encontramos en la oración «En alabanza de Constantino». Sus temas son el del Soberano del cielo y el soberano de la tierra; el de la elección del emperador por Dios, para que sea su siervo; el de la fidelidad de Constantino; el de la división del trabajo entre el Logos y su amigo. En ningún sentido falta algo o alguien. El paralelo del cielo y la tierra es completo; no hay ningún hueco en forma de Yeshú. Eusebio puede hablar de la relación de Constantino con D-s, sin mediación de Yeshú. Puede hablar de realeza, sin hacer referencia a Yeshú, el Rey de reyes.
En Anselmo no se toma en consideración a Yeshú. La oración se pronuncia remoto Christo, pero no es que a Yeshú se le aparte sólo por el momento. A Yeshú se le aparta en toda la oración y no se hace referencia alguna a él en la conclusión. Para Anselmo, Yeshú apareció por necesidad; para Eusebio, no hay ninguna necesidad de mencionar a Yeshú. La relación entre Constantino y el dios cristiano es directa y no mediada. El dios cristiano le ha elegido, sin fe en Yeshú. el dios cristiano le ha dado una nueva señal de salvación, el lábaro. Por medio de Constantino, el dios cristiano ha conseguido cosas nuevas; diríase, de hecho, que por medio de Constantino la tierra se ha aproximado por fin al cielo.
La oración no nos presenta un recurso apologético sumamente sutil: Yeshúno es apartado temporalmente, sino excluido de la historia. Los que creen que Constantino era cristiano encuentran esta situación totalmente inexplicable. Pero si empezamos a investigar la religión de Constantino escuchando la oración de este obispo cristiano, entonces no hay ningún problema que deba resolverse, ninguna dificultad que sea necesario explicar. ¿Cómo puede Constantino ser devoto del dios de los cristianos y, pese a ello, apartar a Yeshú? La respuesta es tan sencilla como ofensiva para la tradición. Constantino ha sustituido a Yeshú. En la religión que Eusebio describe, y la describe en presencia del emperador, Constantino es el nuevo mesías, y siguiendo la tradición imperial, será un dios, y en él están depositadas las esperanzas del mundo.
La nueva epifanía
Ya hemos visto que alabar a Constantino no era una tarea difícil pero aun así, Eusebio comienza colocando al soberano en algún lugar aislado y fuera del alcance de los hombres, sin llegar al mismo nivel que ocupa el dios cristiano. Honrará «las virtudes semidivinas del propio soberano», se concentrará en «sus cualidades más divinas» y «narrará los misterios inefables del soberano».
E incluso mientras niega que el emperador sea divino en el sentido pagano, al llamarle «el soberano modelo» le atribuye perfección. El misterio que se dispone a desvelar ante sus oyentes no es el misterio del Soberano, sino el soberano. Incluso en el prólogo se nos prepara para la revelación de que si éste es un hombre mortal, nada comprendemos de él si lo enfocamos desde la perspectiva de la tierra.
Al emperador sólo se le puede comprender en su relación con el dios cristiano. Es de esta relación de donde nace el Jubileo, que es una forma no demasiado sutil de afirmar que la existencia misma del imperio se debe a esta relación entre Soberano y soberano. La relación es así de directa y pragmática. «Este Único, el Supremo Soberano, nuestro soberano triunfante en persona nos lo alaba, habiendo percibido plenamente en él la causa de su imperio...» (1, 84). No hay aquí ninguna mediación. El imperio no existe «por medio de Jesucristo nuestro Señor», como podría cantar la Iglesia, No, el imperio y, por ende, la razón del Jubileo, no se remonta a Yeshu de Nazaret y la cruz, sino a la conversión de Constantino, el lábaro y la victoria de Puente Milvio que fue el principio de la historia.
La relación es personal con el emperador, y mediante él mantiene unido el imperio. Pero a cambio el emperador ha hecho que sus súbditos conozcan a este al dios cristiano, gran soldado, sí, pero el misterio de su ser se extiende más allá de este papel. Las multitudes nutridas dependen de él también para la verdad del dios cristiano; son «instruidas por el gran maestro salvador» (1, 84). Es por medio de esta relación especial con el dios cristiano que llega su salvación; él se merece el título de «salvador». Eusebio es fiel a su promesa; no pierde tiempo alabando los logros más mundanos de su rey.
Esta combinación de soldado y maestro tiene una larga historia en el pensamiento político griego y se remonta, como mínimo, hasta Platón. Para seguir investigándola, Eusebio recurre a otro concepto griego, el Logos, el principio divino, eterno y creativo, autor del Bien, maestro de bondad. Este «Logos Preexistente y Unigénito» (1, 85) se introduce ahora de un modo totalmente platónico. El autor del Evangelio de Juan había adaptado esta tradición, afirmando que «a los suyos vino». se encarnó en Yeshú de Nazaret. Pero éste no es el contexto del Logos en la oración. En ningún momento se da a entender que el Logos deba comprenderse en términos cristianos. El modelo es totalmente platónico.
"Y este mismo Único sería el Gobernador de todo este cosmos, el Único que está por encima de todo, a través de todo, y en todo, visible e invisible, el omnipresente Logos de dios, de quien y a través de quien, llevando la imagen del reino superior, el soberano querido de dios en imitación del Poder Superior, lleva el timón y endereza todas las cosas de la tierra" (1,85).
No hay aquí ningún pensamiento de encarnación o mejor dicho, en esto se nos prepara para una afirmación mucho más sorprendente que vendrá más tarde; el Logos se encarna en Constantino. La «imitación» no es la de un niño sentado en el asiento de conductor de papá, al volante del automóvil. No, lo que tenemos aquí es la duplicación en la tierra de lo que se halla presente en el cielo. Eusebio nos está explicando el mecanismo por medio del cual la voluntad del dios cristiano se cumple en la tierra como en el cielo. El Logos cogobiema con el dios cristiano en el cielo, y este resulta que no es Yeshú, sino Constantino:
«Su amigo, aprovisionado de los arroyos reales y confirmado en el nombre de una vocación divina, gobierna en la tierra durante largos períodos de años» (II, 85).
Hay un reflejo. El Logos es Salvador en el cielo mientras su amigo prepara a los de la tierra para el reino celestial.
Esto no es un modelo cristiano sino platónico. A medida que continúa es religioso, pero todavía no es cristiano. Desde los primeros tiempos de la Iglesia, la cruz de Yeshú fue considerada la señal salvadora no sólo frente al pecado, sino también frente a los demonios del aire y frente a la muerte misma. Pero mientras Eusebio describe la nueva división del trabajo, el Logos se ocupa de los principados y los poderes del mal:
«todos los que solían volar por el aire de la tierra e infectar las almas de los hombres», mientras su amigo «sojuzga y castiga a los oponentes visibles de la verdad mediante la ley del combate» (II, 86).
Este panorama no tiene ni pizca de cristiano y el punto decisivo está en que la victoria no la obtiene la cruz de Yeshú, sino el lábaro de Constantino, pues éste sale a combatir:
«armado contra sus enemigos con el estandarte de Él que está arriba» (11. 86).
La pauta empieza a ser clara. No podemos decir sencillamente que Eusebio escribe como si no tomara a Yeshú en consideración, como si se valiera de alguna teología natural para expresar la fe cristiana sin nombrar, de hecho, a Yeshú ni a su cruz. No, la oración va mucho más allá de esta omisión negativa. Vemos aquí una exclusión positiva.
El origen de la creencia Trinitaria.
El Logos no es Yeshú encarnado, porque es en Constantino en quien se encarna el Logos. ¡Atención! ¡Aquí comenzó a fraguarse la doctrina de la trinidad, o mejor dicho; la doctrina que hacía de Yeshú uno igual a D-s! No es que el siervo de Yeshú herede la victoria ante los demonios en la virtud de la cruz. No, en la nueva economía divina el siervo del Logos es victorioso en el mundo material y lucha bajo una señal que le ha sido dada específicamente antes de su primera batalla. No se trata de alguna sutil forma apologética de cristianismo. Es una religión totalmente distinta, y de ella Yeshú no se halla ausente de momento, sino excluido de manera permanente.
El Jubileo cristiano es la celebración de esta economía "divina". Para Constantino, el dios cristiano ha dado a Constantino la victoria en la tierra. A cambio, Constantino no ofrece los sacrificios de animales propios del mundo pagano, sino algo que complace mucho más a su dios, «dedicándole a El su propia alma real y una mente totalmente digna de diios» (II, 86). En virtud de la fuerza y la orientación de su dios, empieza a nacer un mundo nuevo y de él Constantino selecciona para su dios algo incomparable: «El mismo ha hecho una gran ofrenda, el primer fruto del mundo que le ha sido confiado: él mismo» (II. 86). Es «un buen pastor» (II, 86) que conduce su rebaño haciendo de sí mismo el primer sacrificio. El lenguaje de esta sección tiene resonancias de la Epístola a los Hebreos, pero no es un pasaje cristiano. Al contrario, lo que normalmente se atribuiría a Yeshú aquí se atribuye a Constantino. No es Yeshú apartado momentáneamente, sino Yeshú sustituido.
Eusebio ve en ello el cumplimiento de una profecía del Antiguo Testamento. Para la Iglesia, la transformación fue milagrosa: cesó la persecución y comenzó la protección, casi de la noche a la mañana. El Libro de Daniel cuenta la historia de Israel en la que con los sucesivos imperios, las persecuciones han sido incesantes. El autor predice que llegará un tiempo en que todo esto cambiará y "recibirán el reino los santos del Altísimo". Eusebio cita este pasaje, que él considera perfectamente apropiado, pero más intrigante es el hecho de que ahora sea por medio de Constantino que el dios cristiano ha cumplido su promesa. Aunque la religión de Constantino no sea cristiana, al servir al dios de los cristianos puede considerarse que las promesas que el dios cristiano hace en la Biblia se refieren a él.
Después de esta digresión bíblica, Eusebio vuelve una vez más al contexto pagano. El escenario son los juegos imperiales, pero ahora D--s preside y en virtud de los logros de Constantino "le declaré vencedor" (II, 87), en lugar de simplemente gobernante de una porción de tierra. Ahora la imagen aparece ampliada. Si los cuatro césares, como potros salvajes, gobiernan segmentos del imperio, Constantino es su pastor, supervisándolos desde lo alto. Pero Eusebio usa una imagen más explícita que ésta.
"Sujetando las riendas muy por encima de ellos, cabalga y cruza por igual todas las tierras que el sol contempla. él mismo presente en todas partes y vigilándolo todo" (III, 87).
A menudo, Apolo era representado conduciendo un carro por el firmamento, y este emperador más que humano, de la real casa del sol, cumple sus más que humanas responsabilidades de la misma manera. Los que desearían cristianizar la oración podrían señalar que a principios del siglo IV ya se mostraba al propio Yeshú conduciendo un carro por los cielos. Pero ¿eso hace que la oración sea más cristiana, o menos? En ese caso, una vez más se vería a Constantino sustituyendo a Yeshú y reclamando, con cierta justificación, la propiedad del vehículo. Después de todo, su lábaro demostraba que todavía tenía licencia para conducirlo. La imagen no es cristiana, y tampoco es, puestos a decir, una vuelta a la religión del pasado. Es sencillamente una imagen que está disponible para reforzar la estructura platónica.
"Pertrechado así a semejanza del reino del cielo, conduce los asuntos de abajo con la mirada dirigida hacia arriba, para guiar por la forma arquetípica" (II, 87).
De ahí las fiestas presentes. El Logos "ha moldeado el reino de la tierra a semejanza del que hay en el cielo" (IV, 88), para delicia del dios cristiano del Padre, que:
"ha recompensado al líder y causa de esta excelencia con honores tan duraderos, que ni siquiera tres períodos de diez años bastan para su gobierno, sino que, en vez de ello, se lo otorga para tanto tiempo como sea posible y lo extiende incluso hacia la eternidad distante" (VI. 91).
Por haberse mostrado tan obediente a la voluntad del dios cristiano, a Constantino se le ha concedido un reinado largo en la tierra. A través de él se completa el plan del dios cristiano y la tierra se aproxima al cielo. En estas circunstancias, predice Eusebio, la distinción se hace borrosa y el autokrator prosigue su gobierno incluso en el cielo. Ante esta afirmación tan extraordinaria, el propio Eusebio se alarma y busca refugio en una larga discusión de la naturaleza del tiempo y la eternidad, el mundo y su Creador. El dios cristiano, por medio de "Su Unigénito, verdaderamente el Salvador Común universal" (VI, 92). ha preparado un lugar más allá de este mundo y "para los que hayan vivido moderada y piadosamente, se producirán un cambio y una migración de aquí a un lugar más grande" (VI, 93). No se menciona a Yeshú aquí; no hay condiciones severas para entrar en el reino. En vez de ello, todos los ojos están vueltos hacia el emperador y las esperanzas de los hombres se encuentran depositadas en él y en su relación especial con Dios.
"De la misma manera, los honores del gobierno mundial de nuestro victorioso soberano, otorgados por el donador de todos los beneficios, obtienen el principio de nuevos beneficios. Porque ahora su reinado ha cumplido una fiesta tricenal, pero ya está alcanzando intervalos más largos y fomentando esperanzas de beneficios que aún han de llegar en el reino celestial" (VI, 94).
Constantino es pues el mediador entre el cielo y la tierra, Eusebio amplía despreocupadamente su argumento y lo convierte en la afirmación más asombrosa que se ha hecho hasta ahora sobre la peculiar condición del emperador. Eusebio empieza en vena paulina:
"Ningún ojo humano ha visto esto, ni oído alguno lo ha discernido, porque no es posible que la mente encerrada en la carne discierna las cosas que están preparadas para los agraciados con la piedad, tales como tú mismo, el más temeroso de dios entre todos los soberanos..."
De hecho, Constantino se ve incluido en un grupo selecto y distinguidísimo, el de aquellos para quien se prepara el mayor premio del cielo. Pero formar parte de algún grupo, aunque sea tan selecto como éste, no es el Lugar sin igual que Eusebio ha reclamado anteriormente para su soberano, y procede a hacer la afirmación más extraordinaria que ha hecho hasta ahora.
"Más temeroso de los soberanos, el único entre todos los que han estado aquí desde el comienzo de los tiempos, a quien el dios universal que Manda en Todo ha dado poder para purificar la vida humana... "(VI, 94).
No hay aquí ninguna referencia a Yeshú. Ninguna indicación de la importancia salvadora de la vida y la muerte de Yeshú de Nazaret que predicaba el cristianismo. La historia del mundo ya no depende de los acontecimientos que tuvieron lugar tres siglos antes, en un rincón del imperio. Desde el principio del mundo, sólo a Constantino se le ha dado el poder de la salvación. Yeshú apartado, Yeshú excluido y ahora Yeshú negado formalmente. No olvidemos esto al leer la última parte del argumento.
“a quien Él ha revelado incluso Su propia Señal Salvadora por la cual El prevaleció sobre la muerte y triunfó de sus enemigos. Oponiendo este trofeo victorioso, apotropaico de demonios, a los ídolos del error, ha obtenido victorias sobre todos sus enemigos impíos y bárbaros y ahora sobre los mismos demonios, que no son sino otro tipo de bárbaros.” (VI, 94).
La señal salvadora que le fue revelada a Constantino era el lábaro y no la cruz de Yeshú. Y es por medio de esta señal que los bárbaros y los demonios han sido derrotados por igual; a resultas de ello, Constantino se erige ahora en único salvador del mundo. El escenario es el siglo IV y no el I. El mundo, espiritual y material, no se salvó hasta Constantino.
Ahora, se hacía necesario un cuerpo de doctrinas en las que sustentar al nuevo Yeshú, a Constantino, este encargó a Eusebio la recreación ideal de aquel Jesús de Nazaret pero pensando en el emperador. "Harás un libro que será leído y creído por todas las iglesias del Imperio", la recreación del nuevo testamento.
Quizá al llegar aquí los que se encontraban en la corte imperial se miraron unos a otros y se preguntaron qué era lo que el venerable obispo iba a decir seguidamente, después de expresar con creces lo que cabía considerar como una alabanza apropiada para la ocasión. Pero Eusebio, después de hacer una pausa, continuó, aunque en tono más comedido y como mínimo, llevó adelante el pensamiento final, el de la batalla con la muerte y las hordas bárbaras. Describe una sociedad totalmente entregada a excesos paganos, sensual, incluso bestial, dedicada a la búsqueda, no de la verdad, sino de la falsedad; devota, no de la vida, sino del dios de la muerte. Pero al descubrir Eusebio esta sociedad como si fuera uniforme en todo el mundo, es como si una vez más tomara en préstamo cosas del Nuevo Testamento e incluso de sus propios anales de los confesores y los mártires que conservaron su fe en el dios cristiano durante los siglos de persecución.
Y, pese a ello, Eusebio, el más grande historiador de la Iglesia primitiva, nos presenta una crónica extrañamente retorcida de los acontecimientos. "En semejante situación. ¿qué tenía que hacer el soberano de los oprimidos?" (VII, 96), el arma secreta contra sus enemigos era, desde luego, Constantino. Pero la gran persecución había concluido virtualmente antes de que Constantino empezase su trayectoria y ciertamente, antes de su conversión. Volvió a encenderse brevemente bajo Maximiano y Licinio, pero el panorama que nos pinta Eusebio tiene por obvia finalidad provocar un efecto más que dar un testimonio histórico.
Creo que queda evidenciado el verdadero interés de Constantino en todo el asunto de la consideración divina de Yeshú, él había excluido a Yeshú y se había puesto en su lugar, había usurpado el trono al mesías y él mismo se veía como mesías y el dios cristiano.
La iglesia no estaba por la labor, no al menos en los términos exigidos por Constantino pero la idea de que el imperio volviera oficialmente al paganismo y por consiguiente a las temidas persecuciones, hizo que los obispos, teólogos, y filósofos cristianos, buscaran una fórmula que agradara al emperador y no eliminara a Yeshú del plan de la salvación. ¡por eso en Nicea se especuló con la posibilidad de eliminar una de las dos posiciones teológicas enfrentadas!, o incluso borrar al mismo Yeshú si eso hubiera sido necesario.
CONSTANTINO 2
Constantino se empeñó en conseguir establecer el monoteísmo como religión oficial del estado, pero no desde un compromiso religioso, sino como un fin político, su objetivo era reforzar el concepto de un solo dios para evitar fisuras en el imperio. El hecho de que Constantino se sentara entre obispos, y teólogos ocupándose en cuestiones de doctrina, no significa el interés de este por la religión, sino que de esa forma, con su presencia se aseguraba que las decisiones eran las que el quería. En definitiva Constantino no intervenía por convicciones religiosas cristianas, sino porque ciertos asuntos amenazaban la unidad de la iglesia, vital para mantener la unidad del estado, la iglesia para Constantino era el instrumento para mantener la cohesión del Imperio. Por ese motivo cualquier cosa que amenazara la unidad de la Iglesia, era una amenaza para el mismo Imperio.
Para Constantino el cisma no tenía la más mínima importancia teológica sino política.
Sus dos intervenciones más conocidas, las polémicas en torno al cisma donatista y al arrianismo son significativas en cuanto al modo de proceder de Constantino.
En el cisma donatista influyó la muerte de Mensurio obispo de Cártago y que ocurrió en el 312, el nombramiento de Ceciliano para sucederle provocaría la división en la Iglesia y por inercia la ambición de Constantino se vería amenazada. Inmediatamente entró en escena Constantino por cuanto que el nuevo nombramiento provocó un levantamiento nacionalista, Constantino no actuó como cristiano preocupado por la disputa teológica que surgió entre los donatistas y los cecilianos (llamados también católicos), sino que actuó como emperador y soldado, y sobre todo como político.
Donato contaba con el apoyo del pueblo númida y con el pueblo de Cártago, y a Ceciliano sólo le apoyaba el clero. Constantino decidió sostener las aspiraciones de Ceciliano, las cuales además de las religiosas, eran también favorables al estado y al emperador. En realidad el cisma no fue provocado por Donato, sino por Cecilio, pero como Cecilio contaba con muchos partidarios en Italia, el cisma jamás llegó a conocerse como "cisma ceciliano", sino como el cisma donatista, el verdadero cismático era Cecilio.
Las disputas eran cuestiones de ortodoxia, los cecilianos (católicos) favorecián la existencia de un cristianismo más mundanalizado, sin el rigor que los donatistas exigían.
En las persecuciones anteriores, muchos habían caído de la fe y habían entregado las escrituras, e incluso habían ofrecido sacrificios a los dioses y otras abominaciones, con tal de salvar la vida. A causa de las persecuciones muchos cristianos decidieron evitar el enfrentamiento con las autoridades, y optaron por vivir un cristianismo que al final no era nada más que un paganismo cristianizado. Estos vivían sus vidas dentro del imperio romano y no querían saber nada de la iglesia martirizada.
Les vino de perlas la aparición de Constantino, pues ya no veían que tenían que romper con el mundo porque el mundo se estaba haciendo cristiano.
Los cristianos cada vez con menos espíritu de martir confesor, no querían problemas con el estado, pero tenían claro que si el estado los buscaba, lo mejor era entregar los escritos bíblicos para que los quemaran, y si les exigían sacrificar a los dioses, también lo harían, poco antes de Constantino, el emperador no exigía conversión, sino obediencia.
Los cecilianos promovieron la dispensa y la tolerancia para todos aquellos que caían, de tal manera que un sacerdote podía celebrar la eucaristía a pesar de haber traicionado "al Señor" aún en las formas más abominables.
"Cuando estalló la persecución en la primavera del 303, gran parte del clero y de los fieles se apresuraron a ofrecer sacrificios y a entregar las escrituras sin miedo evidente a las consecuencias futuras"
Historia de los dogmas, Dover publications pag., 152, Harnak 1961.
Para los cecilianos, un cristiano no dejaba de ser cristiano y salvo a pesar de traicionar a Yeshú en las formas más paganas de la idolatría.
Constantino prefería a los cecilianos porque no consideraban que los principios debían de ser un obstáculo para la conducta, y por ser más favorables a trabajar por el Estado y con el Estado. Los cecilianos representaban en definitiva el caldo de cultivo para los futuros jerarcas eclesiásticos que estaban en marcha.
Para entender bien lo que ocurrió, los donatistas predicaban un cristianismo fiel, mientras que los cecilianos, posteriormente ya católicos, predicaban un cristianismo con una fidelidad sujeta a las circunstancias, es decir, dependiendo del momento y de la situación.
Constantino decidiría por decreto imperial quien debía de ser considerado católico y quien cismático, los católicos recibirían protección del estado, pero a los cismáticos se les perseguiría con todo el rigor de la ley.
Es sumamente importante que captemos el significado de la presencia de los cecilianos en las esferas altas del poder, precisamente al lado del emperador, ya que los cecilianos (la mayoría corruptos) no tenían reparos en permitirle a Constantino sus ansias de creerse un dios, al viejo estilo de sus antecesores en el trono, Constantino además consintió que estos treparan hasta la cúpula de la jerarquía eclesiástica, y puesto que el cristianismo de estos cecilianos era un cristianismo favorable al estado, era imposible que Yeshú no acabara siendo dios, dado que Constantino era visto y aceptado como una encarnación de Yeshú y este "iba a ser elevado a dios".
En definitiva; Si Constantino es Yeshú, y Constantino es dios, entonces Yeshú es dios.
Aún se oían los ecos del "cismático Donato", cuando surgió otra voz en Egipto, todavía más amenazadora que la polémica donatista, Arrio.
La doctrina arriana representaba un peligro real que amenazaba directamente a la unidad del Imperio, pero con los cecilianos (católicos) ya cada uno situado en los puestos del poder eclesiástico, el asunto podría arreglarse. En aquellos años, la doctrina arriana venía siendo la doctrina creída por prácticamente todas las iglesias del Imperio, desde Egipto hasta Constantinopla, pasando por muchas de las congregaciones en Italia y Roma, Arrio era una amenaza real por cuanto que negaba la divinidad de Yeshú en el sentido de que a Yeshú no se le debía de dar el mismo grado de adoración y veneración que al único y verdadero D-s, las iglesias de Oriente estaban todas de acuerdo en cuanto a esta doctrina, y mantenían una posición enfrentada con los cecilianos quienes pretendían a toda costa que la iglesia ahora católica ratifica a Yeshú como dios, precisamente por las similitudes que ellos promovían entre Yeshú y Constantino.
Las iglesias de Oriente estaban dispuestas incluso a romper la unidad imperial, y esto alertó a Constantino que inmediatamente convocó un concilio.
Para las iglesias de Occidente el asunto de la constitución de la persona de Yeshú no era tan crucial como lo era para las iglesias orientales, de hecho ni a Constantino, ese Yeshú le parecía necesario, dado que él se veía así mismo como el Yeshú que buscaba la iglesia.
Ahora podemos descubrir el verdadero sentido religioso de Constantino, pues Eusebio de Cesarea en su Vita Constantini refleja perfectamente el cristianismo del emperador, Constantino escribió una carta a la iglesia de Alejandría diciendo:
“Pongo por testigo a ese dios, y hago bien…” Vita Constantini II, 64-72
¿No resulta extraño que diga "a ese Dios" en lugar de "a nuestro Dios"?, vemos que la religión de Constantino es lo que él quería, monoteísta, pero no cristiana. Constantino estaba por fomentar el monoteísmo por razones políticas, la religión cristiana sin embargo no le interesaba en absoluto.
Por otro lado la opinión que Constantino tenía de los clérigos, y teólogos no era muy buena, y el asunto arriano le parecía estúpido, manifestándose en los siguientes términos al respecto:
“Verdaderamente insignificante, una cuestión nada provechosa, el resultado de un ocio mal empleado, cuestiones insignificantes, diferencias verbales sin importancia y necias, detalles triviales y en modo alguno esenciales.” (idem).
Declarada oficialmente una herejía, la doctrina arriana dejó de discutirse en Nicea para comenzar a establecer la doctrina de que Yeshú era igual a D-s, algunos de los presentes, lo que tenían en mente no era a Yeshú, sino al emperador Constantino, y como aquellos sacerdotes egipcios que se enfrentaron a Akhenatón, el único faraón monoteísta, para hacer volver al pueblo a sus dioses antiguos, los teólogos y clérigos católicos, muchos de los cuales todavía paganos por tradición, pretendieron dar el primer paso para hacer del cristianismo una religión panteísta.
Al final con un credo ambigüo que convenció a la mayoría, (el peligro vino después por esa minoría insatisfecha) se establecieron por decreto imperial dos cosas; primero que Yeshú era igual en esencia, poder, y gloria a D-s, y por lo tanto era D-s. Segundo; Constantino exigió que bajo ese credo ambigüo todas las corrientes cristianas, arrianas o no, debían de tolerarse.
Bajo ese credo, que no es otro que el credo de la iglesia de Eusebio de Cesarea convenientemente enmendado para meter las expresiones y fórmulas filosóficas griegas que introdujeron, toda la iglesia debía de someterse a la voluntad del emperador y al poder efectivo del catolicismo.
De este credo todas las corrientes cristianas y filosóficas, pudieron seguir manteniendo sus posturas doctrinales, no importando si eran favorables a la divinidad de Yeshú o contrarias a considerar a Yeshú como D-s.
Esa minoría peligrosa estaba encabezada por Eusebio de Nicomedia, un hombre oscuro que supo eliminar uno a uno a todos los contrarios a la proclamación del Yeshú dios.
Una manera muy cristiana y escritural para demostrar que la trinidad es una doctrina bíblica.
La entrada de aquellos cecilianos fue perniciosa para el sustrato de fidelidad judía que quedaba en la iglesia gentil primitiva, los líderes de los cecilianos eran en muchos casos, paganos mal convertidos, abiertamente paganos cristianizados, y/o habían sido además traidores a la fe, rehusando el martirio en beneficio de sus vidas mundanas. Estos cecilianos fueron quienes permitieron y alentaron la paganización del cristianismo en el siglo IV, o la cristianización del paganismo…según como se mire.
Excelente artigo! Estou no Facebook como " Menelik Cruz", vida longa Oraj HaEmet desde Brazil saludos!
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