Ieshiva Ateret Ierushalaim
Bajo la dirección del
Rabino Shlomo Aviner
¿Dónde están los ojos del león?
Tenemos un lindo poblado, que fue bendecido con ríos y arroyos, en el valle y en el monte, y siempre cayeron las lluvias en su momento. Nuestra vida era una vida fácil, una vida alegre y apacible.
Pero llegaron tiempos de hambre, y los cielos se transformaron en cielos de cobre: No llovió, y los campos no entregaron su producción. Al principio, nos valimos de los almacenes de trigo y las reservas de agua de los años anteriores. Pero cuando comenzó el tercer año, y no llovió, los ríos se secaron, los campos no brotaron, y nuestros ojos añoraban. ¿Qué nos quedaba para comer, cuando el hambre nos amonestaba? Degollamos y comimos nuestro ganado, y rápidamente murieron de sed los pocos animales que aún quedaban, y ni siquiera pudimos probar bocado de ellos. Las personas se echaban al suelo, y sus labios murmuraban: “¡Agua!, ¡agua!, ¡pan!” – pero no había. Fijamos un día de rezo y ayuno, una vez por mes. Luego, una vez por semana, y finalmente todos los lunes y jueves. Incluso hicimos más; rezamos y ayunamos tres días seguidos - en vano. ¡Los cielos por encima de nuestras cabezas, como de cobre, y no llueve! Las personas comenzaron a calumniar. Unos dijeron: “¡El D’s no tiene corazón, no escucha nuestros rezos y no se apiada de nuestro sufrimiento!”. Y los otros los callaron: “¿Por qué habláis como los viles? ¡¿Si recibimos de D’s el bien, no habremos de recibir el mal?!”. Entre tanto, se reunieron los dirigentes del poblado. Resolvieron que llegaron al límite de las fuerzas, y todo lo que queda por hacer es mandar enviados al Mekubal (versado en la Kabalá) Eloki (enviado Divino) que mora más allá de los montes, el kadosh (santo), el Rav Daniel Dilinguer. ¿Pero quién tiene fuerzas para ir un trayecto tan largo y llamarlo? Los dirigentes me eligieron a mí y a Hans Aizenmann el herrero, y así nos bendijeron al partir: “Nuestro destino está en vuestras manos, que D’s los ayude”.
Luego de tres días de caminata, llegamos a la pequeña choza del Rav Daniel Dilinguer. Él estaba concentrado en su estudio, pero en cuanto nos vio, nos recibió con gran amistad, y nos sirvió algo para comer. “No comeremos” – dijimos – “hasta que hablemos”. Cuando escuchó la situación en nuestro poblado, se apenó mucho, y suspiró profundamente. Aguardamos cuál será su resolución. Dijo: “Yo voy con ustedes”. Tomó un bolso pequeño a su hombro, un gran libro en el que estaba escrito con letras doradas “Baba Kama”, y otro pequeño libro, que introdujo en su bolsillo superior: “Mesilat Iesharim”.
Congregó al público en el Beit Kneset (sinagoga), y comenzó diciendo: “D’s, El Señor, es misericordioso y piadoso. Le rezaremos, y Él escuchará nuestro pedido”. “Nuestro Rav” – gritó Iohan Himelzon – “¡ya rezamos y rezamos, hasta que nuestras gargantas se secaron!”. “A pesar de ello, rezaremos un mes continuo, desde la mañana hasta la noche”, dijo el Rav Dilinguer con su suave voz, “y nuestro rezo no será en vano”.
Congregó al público en el Beit Kneset (sinagoga), y comenzó diciendo: “D’s, El Señor, es misericordioso y piadoso. Le rezaremos, y Él escuchará nuestro pedido”. “Nuestro Rav” – gritó Iohan Himelzon – “¡ya rezamos y rezamos, hasta que nuestras gargantas se secaron!”. “A pesar de ello, rezaremos un mes continuo, desde la mañana hasta la noche”, dijo el Rav Dilinguer con su suave voz, “y nuestro rezo no será en vano”.
Pasó un día y otro día, y nada sucedió. Pero seguramente el Mekubal Eloki dijo algo cierto. Pero cuando llegaron al término de los 30 días, la sequía estaba todavía en su apogeo, y las grietas de la seca tierra anhelaban alguna gota de agua.
El Rav Daniel kadosh reunió al público en el gran Beit Kneset, y anunció con alegría: “Nuestro rezo hizo su acción en el cielo, pero el rezo hace sólo la mitad. Llegó el momento de la otra mitad: Debemos arrepentirnos. Durante 30 días todos nos arrepentiremos; cada uno analizará cuales fueron sus pecados para con D’s y para con sus amigos, y se arrepentirá. Y D’s no despreciará nuestra labor”.
Las personas comenzaron a analizar sus acciones y mejorar su conducta. Algunos fijaron horas de estudio de laTorá y se levantaron para rezar, y los otros pidieron perdón de sus amigos. ¡Por supuesto que tiene razón, elkadosh, el Rav Daniel Dilinguer! ¡El rezo sin el arrepentimiento, es como sumergirse en la mikve para purificarse asiendo un animal impuro en la mano!
Recordé que muchas veces ofendí a mi esposa Greta, y también le grité a mi pequeño hijo Fridrij. Él me molesta, pero no es razón justificable. Me olvido de bendecir Birkat HaMazón (bendición posterior a la comida), y rezo sin prestar atención a lo que digo. También me comporto atrevidamente para con mi anciana madre Elza. De día en día fui mejorando, y sentí una elevación espiritual espléndida.
Recordé que muchas veces ofendí a mi esposa Greta, y también le grité a mi pequeño hijo Fridrij. Él me molesta, pero no es razón justificable. Me olvido de bendecir Birkat HaMazón (bendición posterior a la comida), y rezo sin prestar atención a lo que digo. También me comporto atrevidamente para con mi anciana madre Elza. De día en día fui mejorando, y sentí una elevación espiritual espléndida.
Pero al término de los 30 días, los cielos permanecieron hirvientes y como de cobre, como anteriormente. Las personas se enojaron con el kadosh Eloki, el Rav Daniel. Y en su enojo, comenzaron a enojarse también con D’s.
El Rav reunió al público en el gran Beit Kneset, cuando en su rostro se notaba su consternación. Se dirigió al Arón HaKodesh (El Arca, donde se encuentra el libro de la Torá), besó el parojet (cortina que cubre al Arón HaKodesh), y de pronto, saltó hacia atrás como si lo hubiese mordido una serpiente. “¡Los ojos del león!” – gritó – “¡alguien robó las piedras preciosas!”.
¡Las personas miraron con asombro, y en donde deberían estar los ojos del león, había dos agujeros negros! ¿Cómo es que no se dieron cuenta de inmediato? Seguramente por el cansancio y el agotamiento...
“¡¿Cómo cumplirá D’s nuestros ruegos, luego de semejante profanación de Su Nombre?!”, dijo el Rav, gimiendo y sollozando. “¡¿Quién es el vil que lo hizo?!” – gritó Hans Aizenmann – “¡lo destrozaré como un pescado!”.
“Eso no nos ayudará” – dijo el Rav Dilinguer – “hay que encontrar los ojos”.
Se concentró en profundos pensamientos, y dijo: “El ladrón los escondió bajo la tierra”. Salió del Beit Kneset, seguido por todo el público, hasta que llegó al gran campo que se encuentra tras él. “Hay que excavar aquí”, dijo el Rav.
“Tienes razón”, dijeron todos al unísono, y rápidamente trajeron palas y picos, y comenzaron a excavar. El Ravkadosh se unió a los excavadores, y los alentaba en su labor. Mucho polvo levantaron los excavadores con sus palas.
A derecha e izquierda se levantaron montes de tierra. Trabajaron hasta que el cansancio y la sed casi los vencieron. Cansados y agotados tiraron las palas, y se echaron al suelo. Entonces, el Rav Dilinguer ordenó: “Ayuden a sus hermanos, lo importante es que la excavación no se detenga”.
Cuando el sufrimiento de los excavadores aumentó, fortaleció su espíritu, “¡excaven!, ¡no se den por vencidos!, ¡cuando encontremos los ojos del león tendremos abundancia de agua de vida, y salvaremos nuestras vidas!”.
Pero no había agua. Día tras día trabajaban las personas, y el Rav los dirigía. Muchos perdieron la esperanza, y dejaron de excavar. Otros desfallecieron bajo el peso del esfuerzo, y esperaban la muerte, que los liberará del sufrimiento. El Rav Dilinguer los levantó y estimuló: “¡Refuércense y tengan fortaleza, excaven en lo profundo, porque la salvación está cercana!”.
Con las últimas fuerzas tomaron las personas las palas y excavaron, y el Rav junto con ellos. Cuando el pozo profundizó, descendieron con la ayuda de cuerdas, y continuaron la labor. Así pasaron 30 días, y entonces, al mediodía, encontraron los excavadores en lo profundo del pozo; no los ojos del león, sino que sus propios ojos, mirándoles en su reflejo en el agua que fue encontrada en lo profundo del pozo. ¡Su alegría no tenía límite! Volvieron a la vida, y sus rostros irradiaban regocijo como el Sol. Con baldes y barriles tomaron agua del manantial. Ancianos y jóvenes se unieron con sus labios a beber la poción que le da vida a sus cuerpos. Al principio, saciaron su sed, y cuando se recuperaron comenzaron a regar también los campos.
Entonces, se acordaron del Mekubal Eloki, el Rav Daniel Dilinguer el kadosh. Lo buscaron y no lo encontraron. Algunos dijeron: “¡No era otro, sino que el profeta Eliahu!”. Otros dijeron: “Sencillamente, volvió a su pueblo”. Pero cuando llegaron al Beit HaKneset a rezar minjá (rezo de la tarde) con gran alegría, encontraron una nota, que había sido adherida al parojet, en la que estaba escrito con la letra del Rav: “El rezo, el arrepentimiento y la labor, revocan el severo decreto”.
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